TRIBUNA ABIERTA
El legado del amauta Luis Jaime Cisneros
Editorial
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Publicado en El Comercio
Lingüista, literato, académico, humanista, periodista y exquisito conferencista, pero sobre todo un amante del Perú y maestro de varias generaciones que hoy le rinden sentido homenaje. Eso, y más, fue don Luis Jaime Cisneros Vizquerra, quien falleció ayer a los 89 años de edad.
Fue presidente de la Academia Peruana de la Lengua, a la que perteneció desde 1965. Integró también la Real Academia Española, la Academia Norteamericana de la Lengua Española y la Academia de Letras de Uruguay. Obtuvo asimismo en tres ocasiones el Premio Nacional de Cultura: el de Crítica en 1948 y de Pedagogía en 1956 y 1963.
Se desempeñó por muchas décadas como profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y como catedrático visitante de universidades extranjeras, pero definitivamente estampó su huella imperecedera en las aulas y pasillos de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Cisneros fue también escritor, ensayista y preclaro periodista que demostró siempre una gran preocupación por el Perú y sus avatares políticos, aunque siempre dio prioridad a su faceta de catedrático e intelectual. Fue así que en 1956 colaboró con la fundación del Partido Demócrata Cristiano, en el gobierno de Francisco Morales Bermúdez asumió la dirección del diario “La Prensa” y en 1981 fundó y dirigió el diario “El Observador”.
En 1992 le fueron otorgadas las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta, lo que resume toda una vida dedicada a instruir, pero también a fomentar la lectura, el buen decir, el sentido crítico y los valores humanos que nunca cambian.
Amauta, en el antiguo imperio de los incas, se le llamaba al sabio o filósofo. Y él lo era, de modo terco e incansable, como un Quijote –obra suma de Cervantes, que admiraba y conocía a fondo, al igual que la de Góngora o la de Borges– que iba repitiendo que solo a través de la lectura el ser humano se libera, se humaniza, es capaz de reflexionar y de descubrir.
En 1998, en entrevista en El Dominical, con preciso castellano y fino humor, un ingrediente esencial en su comunicación, se lamentaba de que “muchos chicos de hoy no saben si Unamuno existe o existió o si es mediocampista en el Juventus o en el Real Madrid. A Maradona sí lo conocen todos”. Mas, como buen pedagogo, acotaba que “no es cuestión de aprender a reconocer las letras, ni de acertar con el significado de las palabras. Se trata de fortalecer nuestra imaginación, de depurar nuestra vida interior, de ir formando nuestra aptitud para apreciar la belleza y de ir formando nuestra necesidad de buscar el conocimiento para fortalecer espíritu, imaginación e inteligencia”. En otro artículo periodístico señalaba con severidad que una “sociedad que no lee es una masa inerte de huesos a la intemperie. Gracias a la lectura, somos personas. Lo comprobamos cada vez que un nuevo libro se incorpora a nuestra vida y renueva nuestra fe en las facultades creadoras del hombre”.
La partida física de Luis Jaime Cisneros deja un gran vacío, sobre todo para su familia y su inseparable compañera de todos los tiempos, Sara Hamann. Sin embargo, su figura de humanista y patriarca de las letras y la peruanidad seguirá resplandeciendo.
El mejor homenaje que le podemos tributar a este gran maestro en las aulas y fuera de ellas sería rescatar el hábito de la lectura y entusiasmar a los más pequeños con el gusto por los libros. También, con una mirada más amplia, optimista y visionaria como la suya, promover los necesarios consensos políticos y académicos para mejorar la calidad educativa y reivindicar la figura del maestro como formador de alumnos y ciudadanos, pero sobre todo de buenas personas.
Fue presidente de la Academia Peruana de la Lengua, a la que perteneció desde 1965. Integró también la Real Academia Española, la Academia Norteamericana de la Lengua Española y la Academia de Letras de Uruguay. Obtuvo asimismo en tres ocasiones el Premio Nacional de Cultura: el de Crítica en 1948 y de Pedagogía en 1956 y 1963.
Se desempeñó por muchas décadas como profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y como catedrático visitante de universidades extranjeras, pero definitivamente estampó su huella imperecedera en las aulas y pasillos de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Cisneros fue también escritor, ensayista y preclaro periodista que demostró siempre una gran preocupación por el Perú y sus avatares políticos, aunque siempre dio prioridad a su faceta de catedrático e intelectual. Fue así que en 1956 colaboró con la fundación del Partido Demócrata Cristiano, en el gobierno de Francisco Morales Bermúdez asumió la dirección del diario “La Prensa” y en 1981 fundó y dirigió el diario “El Observador”.
En 1992 le fueron otorgadas las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta, lo que resume toda una vida dedicada a instruir, pero también a fomentar la lectura, el buen decir, el sentido crítico y los valores humanos que nunca cambian.
Amauta, en el antiguo imperio de los incas, se le llamaba al sabio o filósofo. Y él lo era, de modo terco e incansable, como un Quijote –obra suma de Cervantes, que admiraba y conocía a fondo, al igual que la de Góngora o la de Borges– que iba repitiendo que solo a través de la lectura el ser humano se libera, se humaniza, es capaz de reflexionar y de descubrir.
En 1998, en entrevista en El Dominical, con preciso castellano y fino humor, un ingrediente esencial en su comunicación, se lamentaba de que “muchos chicos de hoy no saben si Unamuno existe o existió o si es mediocampista en el Juventus o en el Real Madrid. A Maradona sí lo conocen todos”. Mas, como buen pedagogo, acotaba que “no es cuestión de aprender a reconocer las letras, ni de acertar con el significado de las palabras. Se trata de fortalecer nuestra imaginación, de depurar nuestra vida interior, de ir formando nuestra aptitud para apreciar la belleza y de ir formando nuestra necesidad de buscar el conocimiento para fortalecer espíritu, imaginación e inteligencia”. En otro artículo periodístico señalaba con severidad que una “sociedad que no lee es una masa inerte de huesos a la intemperie. Gracias a la lectura, somos personas. Lo comprobamos cada vez que un nuevo libro se incorpora a nuestra vida y renueva nuestra fe en las facultades creadoras del hombre”.
La partida física de Luis Jaime Cisneros deja un gran vacío, sobre todo para su familia y su inseparable compañera de todos los tiempos, Sara Hamann. Sin embargo, su figura de humanista y patriarca de las letras y la peruanidad seguirá resplandeciendo.
El mejor homenaje que le podemos tributar a este gran maestro en las aulas y fuera de ellas sería rescatar el hábito de la lectura y entusiasmar a los más pequeños con el gusto por los libros. También, con una mirada más amplia, optimista y visionaria como la suya, promover los necesarios consensos políticos y académicos para mejorar la calidad educativa y reivindicar la figura del maestro como formador de alumnos y ciudadanos, pero sobre todo de buenas personas.
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