viernes, 21 de enero de 2011

TRIBUNA ABIERTA

Adiós, maestro
Por Patricia del Río
Publicado en Perú 21

“¿Puedes escribir un artículo sobre Luis Jaime que acaba de fallecer?”, la pregunta me llega como un sopapo y de pronto me doy cuenta de que no estás más. Que ya no escucharé de tu voz siempre ronca, siempre acompañada de esa carraspera que te caracterizaba tanto, tus consejos, ni tus chistes ni tus fantásticas reflexiones acerca del lenguaje, de la libertad, del ser humano. Nada de leer a Borges en voz alta o recitar el Quijote de esa manera que solo a ti te salía bien. Con cadencia, con pausa, con paciencia. Con esa voz de hidalgo que nos dejaba a todos tus alumnos, embobados, con cara de idiotas Sanchos.

Dicen que te has muerto y yo no sé ni por dónde empezar a escribir que has sido la persona que más me ha enseñado en la vida. De la que más he aprendido. Porque no me llenaste de datos, de información inútil. Tampoco me atiborraste de conocimientos. Me hiciste dudar, me obligaste a reflexionar, pero sobre todo me enseñaste a aprender, “porque solo así se aprende a enseñar”, decías. Menudo trabalenguas, el que usabas para definir la extraña cualidad del maestro que consiste en descubrir sus propios obstáculos, sus propias limitaciones para así intuir las que se les presentarán a sus alumnos. No se trata de imponer sino de guiar, no hay recetas para el éxito, decías, ni fórmulas para evitar el fracaso, nuestro trabajo es acompañar a nuestros alumnos para que sean ellos mismos los que encuentren sus propias soluciones. Eso me decías, nos decías a todos los que tuvimos el privilegio de andar contigo.

De eso se trató tu vida. De esperarnos en tu oficina, o en tu casa de Gral. Borgoño primero, o en la de la Paz después, a que llegáramos llenos de dudas intelectuales, inquietudes profesionales y también paltas personales, por qué no. Y ahí estabas siempre sonriente, siempre flaco, siempre ronco. Bromeando con tu perro que solo obedecía si le dabas órdenes en esdrújulas. Nunca salí de tu oficina con una solución fácil bajo el brazo, mucho menos con una recomendación o respuesta enlatada. Siempre me fui con un libro. Con una novela, un poema, o un ensayo en cuyas páginas tú sabías que encontraría lo que estaba buscando.

Alguna vez me dijiste que el mejor maestro es el que te ayuda a descubrirte. El que te muestra que eres mejor de lo que creías. El que te enseña que no eres el que pensabas, que eres otro. Tú fuiste mi mejor maestro, Luis Jaime, y ahora dicen los diarios que ya no estás. Dicen que te has muerto, y a mí esta pena me ha dejado huérfana. Me ha dejado, mira tú qué paradoja maestro, con una absoluta orfandad de palabras para expresar tanto agradecimiento.

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