viernes, 22 de octubre de 2010

TRIBUNA ABIERTA

Racimo de racismos
Por César Levano
Publicado en La Primera
Un niño de 14 años recibió en su colegio, el “María Parado de Bellido”, en Cantogrande, San Juan de Lurigancho, una pateadura que lo ha dejado parapléjico. Sus verdugos fueron sus compañeros de aula. Su crimen consistía, según sus precoces torturadores, en ser serrano y cholo.

Sospecho que los autores del crimen no eran blancos, rubios, arios puros.

En esa crueldad veo una expresión de uno de los racismos que padece el Perú. Porque hay varios, a cual más estúpido: el blanco contra el indio, el andino contra el costeño, el costeño contra el serrano, etcétera, etcétera.

Un amigo arequipeño me refiere que hace pocos años descubrió en Puno el odio intenso que algunos pobladores de la altipampa, que no son precisamente indios, manifiestan contra los limeños.

Hace 80 años, en su tesis sobre El problema de las razas en la América latina, José Carlos Mariátegui alertó sobre el peligro de uno de los racismos peruanos.

“Del prejuicio de la inferioridad de la raza indígena, empieza a pasarse al extremo opuesto… Al racismo de los que desprecian al indio, porque creen en la superioridad absoluta y permanente de la raza blanca, sería insensato y peligroso oponer el racismo de los que superestiman al indio, con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano.

“Las posibilidades de que el indio se eleve material e intelectualmente dependen del cambio de las condiciones económico sociales”.

Pero, claro, los chicos malos del “María Parado de Bellido” no se han enterado de estas ideas. Igual que muchos maestros, o mariateguistas, o críticos literarios “marxistas”.

El mal del racismo no sólo reina entre los moradores del balneario Asia. Como vemos en el caso del colegial agredido, hay también un racismo de los de abajo, racismo que, creo, encierra en el fondo un complejo de inferioridad.

Ciro Alegría recordó, en las memorables páginas de El César Vallejo que yo conocí, cómo el futuro autor de El mundo es ancho y ajeno recibió en el primer año de primaria el denuesto de “¡Serrano chaposo!”. Y no olvidemos la herida que dejó en el alma de José María Arguedas el desdén con que la iqueña amada le fustigó, con palabras parecidas, en sus días de colegial.

En las tesis negativas sobre el indio, en particular contra las comunidades, de Mario Vargas Llosa y de Alan García, se vierten dosis del veneno.

La peste racista es pues, antigua y persistente.

¿Cómo acabar con ella?

Hay que combatir por los dos extremos, los de arriba y los de abajo, y en todos los segmentos sociales y culturales. No basta, por lo demás, con la Educación.

Sólo hay un remedio contra el racismo: recrear la nación peruana, sobre bases de igualdad, de justicia y de libertad. Una democracia auténtica, radical, es necesaria en este país de todas las sangres y todas las hambres.

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