TRIBUNA ABIERTA
Los misterios del ministerio
Por: Eduardo Lores
Publicado en El Comercio
Dejar para el final lo mejor suele ser arte de buen compositor. Corriendo en paralelo con la ley del mecenazgo, la del ministerio de cultura le va dando el alcance hacia un final allegro vivace assai, senza molto compromesso.
En todo caso, hay consenso sobre su necesidad; el asunto es cómo y para qué cuando tenemos un elefante gris en plena Javier Prado que patalea por sacar adelante la cultura nacional entrampada por una carga burocrática ancestral que exige su mantenimiento, conservación, restauración, etc., antes que a nuestros monumentos, tanto los ruinosos como los vivos.
Un ministerio podría ayudar a que se sacuda de ese lastre, y se quede —previa evaluación— con lo estrictamente imprescindible para su nueva funcionalidad que no debiera ser muy distinta de la de un “fondo económico de cultura” (FEC).
Elencos, concesiones y sitios arqueológicos, museos, conservatorios, escuelas de arte, la Casa de la Literatura Peruana, la Biblioteca Nacional y hasta alquileres de locales para eventos privados y otros apéndices podrían adquirir autonomía convirtiéndose en nodos de un sistema descentralizado que reciba energía del FEC, además de un monitoreo en línea de su administración, fiscalización y contabilidad. A ello se podrían sumar otros entes como Concytec, Inabec, Conacine y la eventual comisión de expertos que ejecute la ley del mecenazgo. Se podría convocar a concurso de méritos para la dirección de cada nodo que sería por un determinado período de tiempo. Los recursos que produzca cada uno de estos nodos debieran servir fundamentalmente para su propio mantenimiento y crecimiento. De haber sobrante, como en el caso de Machu Picchu (si algo quedase después de cumplir con lo propuesto por la Unesco para su conservación) pasaría al fondo rotatorio.
A esta intrarred se podrían adherir libremente y de manera externa entidades privadas, como centros culturales, museos, escuelas e institutos de arte y de gastronomía, organizaciones de artista, artesanos y libreros, galerías y tiendas de arte y diseño, etc., para compartir información y beneficios.
El FEC podría reclutar a unos cuantos tigres de la administración y las finanzas (tal vez de alguna AFP exitosa) para que propongan la máxima rentabilidad de los recursos y del presupuesto del ministerio, que deben estar siempre supeditados y al servicio de la política cultural propuesta por este. Por lo que la misión fundamental de los que asumirían por primera vez dicho ministerio no puede ser otra que la formulación de una política cultural viable.
Tal esfuerzo de organización traería como consecuencia el crecimiento y la democratización de la cultura en el Perú, fortalecería la identidad y la integración nacional y ayudaría a mejorar la calidad de vida de los peruanos.
Por: Eduardo Lores
Publicado en El Comercio
Dejar para el final lo mejor suele ser arte de buen compositor. Corriendo en paralelo con la ley del mecenazgo, la del ministerio de cultura le va dando el alcance hacia un final allegro vivace assai, senza molto compromesso.
En todo caso, hay consenso sobre su necesidad; el asunto es cómo y para qué cuando tenemos un elefante gris en plena Javier Prado que patalea por sacar adelante la cultura nacional entrampada por una carga burocrática ancestral que exige su mantenimiento, conservación, restauración, etc., antes que a nuestros monumentos, tanto los ruinosos como los vivos.
Un ministerio podría ayudar a que se sacuda de ese lastre, y se quede —previa evaluación— con lo estrictamente imprescindible para su nueva funcionalidad que no debiera ser muy distinta de la de un “fondo económico de cultura” (FEC).
Elencos, concesiones y sitios arqueológicos, museos, conservatorios, escuelas de arte, la Casa de la Literatura Peruana, la Biblioteca Nacional y hasta alquileres de locales para eventos privados y otros apéndices podrían adquirir autonomía convirtiéndose en nodos de un sistema descentralizado que reciba energía del FEC, además de un monitoreo en línea de su administración, fiscalización y contabilidad. A ello se podrían sumar otros entes como Concytec, Inabec, Conacine y la eventual comisión de expertos que ejecute la ley del mecenazgo. Se podría convocar a concurso de méritos para la dirección de cada nodo que sería por un determinado período de tiempo. Los recursos que produzca cada uno de estos nodos debieran servir fundamentalmente para su propio mantenimiento y crecimiento. De haber sobrante, como en el caso de Machu Picchu (si algo quedase después de cumplir con lo propuesto por la Unesco para su conservación) pasaría al fondo rotatorio.
A esta intrarred se podrían adherir libremente y de manera externa entidades privadas, como centros culturales, museos, escuelas e institutos de arte y de gastronomía, organizaciones de artista, artesanos y libreros, galerías y tiendas de arte y diseño, etc., para compartir información y beneficios.
El FEC podría reclutar a unos cuantos tigres de la administración y las finanzas (tal vez de alguna AFP exitosa) para que propongan la máxima rentabilidad de los recursos y del presupuesto del ministerio, que deben estar siempre supeditados y al servicio de la política cultural propuesta por este. Por lo que la misión fundamental de los que asumirían por primera vez dicho ministerio no puede ser otra que la formulación de una política cultural viable.
Tal esfuerzo de organización traería como consecuencia el crecimiento y la democratización de la cultura en el Perú, fortalecería la identidad y la integración nacional y ayudaría a mejorar la calidad de vida de los peruanos.
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