viernes, 9 de abril de 2010

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¿Escuela de líderes?
Por Luis Guerrero
Publicado en CNR

La tutora de quinto de secundaria fue descubierta por una estudiante manipulando cuentas para apropiarse de una parte de los fondos de la promoción. Denunciada ante la dirección, la susodicha convocó a los padres de la joven para que la obliguen a retractarse, pues le parecía inadmisible que un alumno se ponga en contra de su maestra y que busque perjudicarla. Lo mismo le había dicho ya a la hija en un tono menos persuasivo. La denuncia no fue retirada, pero extrañamente la libreta no le fue entregada con diversos pretextos, bajo la promesa de dársela a la brevedad. Cansada de volver por ella infructuosamente durante varias semanas, la denunciante se aburrió y regresó después de dos años. Grande sería su sorpresa al recibirla con dos asignaturas desaprobadas, cursos que en verdad nunca reprobó pero que estaban curiosamente a cargo de dos profesores muy amigos de la tutora.

Me enteré hace poco de este hecho, coincidente con varios relatos similares que se escucha con demasiada frecuencia. Podríamos preguntarnos cómo y cuándo es que esta clase de corruptelas y vendettas en perjuicio de los alumnos acamparon en las escuelas, a vista y paciencia de autoridades indiferentes o cómplices y de familias paralizadas por el temor a consecuencias peores si se atrevieran a reaccionar. Pero podríamos preguntarnos también por la nefasta y tenebrosa influencia de estas experiencias en la formación de los jóvenes.

Sumemos por un instante este estilo de conducta amoral de parte de quienes ejercen el rol de autoridad en las escuelas, a una enseñanza dogmática que obliga al estudiante a asignar verdad a la palabra de sus maestros, independientemente del juicio que le merezcan. Entonces tendríamos los dos ingredientes necesarios para formar la clase de «líderes» autoritarios y manipuladores que hoy nos sobran y que tan daño han venido causando en nuestra vida pública a lo largo de 189 años.

Una autoridad que quiere ser líder de los niños y adolescentes que tiene bajo su responsabilidad, se esmera por construir un sentido compartido a la convivencia al interior de la escuela, ardua tarea si tenemos en cuenta que para la mayoría de alumnos la experiencia escolar suele ser un sinsentido. Se esmera además por influir, teniendo como principal interés no cuidar el orden interno ni la comodidad del personal que allí trabaja, sino la formación de los estudiantes, en plena conciencia de que no se educa con la boca sino con el comportamiento.

En cambio, un adulto que sólo quiere ser autoridad, disfruta del poder que tiene sobre sus alumnos, ejerciéndolo a través de la fuerza, la coacción, el escarmiento y la manipulación. En este caso, si la tutora de marras hubiese querido pasar a la posteridad por su respetable condición de líder antes que por su viveza y su desvergüenza, habría puesto su interés en formar auténticos liderazgos en el salón de clases, capaces de suscitar identificación y colaboración para lograr sus propias metas. A los verdaderos líderes en las escuelas se les sigue porque se les respeta y se confía en ellos, no porque se les teme. Como diría Leithwood, de la Universidad de Toronto, porque ejercen su poder a través de la gente, no sobre ella.

Pero cualquier ser humano aprende lo que vive. En una edad en la que buscamos referentes de identificación que nos ayuden a definir lo que somos o queremos ser, hay maneras arbitrarias y abusivas de ejercer la autoridad que el sistema tolera y hasta protege, invitándonos a aceptarlas como parte de la normalidad de la vida ¿Es que esta lección se aprende mejor que el currículo? Hasta pronto.

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