jueves, 18 de marzo de 2010

ASOCIADOS

Ciencia y espíritu
Por Luis Jaime Cisneros - La República

En los mapas antiguos se solía tropezar con una inscripción latina: Hic sunt leones. Así quedaban señalados los límites de la civilización. Más allá, ‘los otros’, ‘las fieras’. Dicho de un modo breve y tosco: del otro lado, quienes no son como nosotros, los bárbaros, los que no se comportan como nosotros. Lo que ocurre allá nos tiene sin cuidado. El anuncio era tajante y claramente descriptivo, y no tenía viso alguno de calificación. ‘Los otros’ simplemente eran distintos: su mundo nos era ajeno, en verdad.

Nuestros sentimientos y nuestras preocupaciones solo tienen que ver, en realidad, con nuestro entorno, aquí donde estamos cómodos, confiados, enteros. ‘Los otros’ constituyen, así, un mundo aparte, totalmente ajeno, desconocido. Pero ocurre que esos hombres no eran bárbaros ni fieras. Eran seres humanos. Y como todos nosotros hablan lenguas distintas, adoran a dioses diversos y hasta tienen distinto color de piel. Han corrido siglos de aventuras, guerras, aciertos y fracasos.

En los días actuales, el progreso y la ciencia se hallan ahora compitiendo con el dinero. Lo tuyo y lo mío constituyen hoy valores antes desconocidos. La ciencia ha colocado a la inteligencia del hombre en la tabla de ofertas y demandas. Góngora ya anunciaba en el siglo XVII: “Hasta la sabiduría/vende la universidad”. Nosotros, los inteligentes, los puros, los sabios, no hemos ofrecido testimonio de haber tomado conciencia de la trascendencia de esta realidad. Ya lleva una década el siglo XXI y seguimos actuando como si esos mapas tuvieran vigencia todavía. Como si pudiéramos ignorar que el hombre ha llegado a la Luna; que los viajes espaciales son una realidad, que en los quirófanos se avecina el posible trasplante de cerebro, y que acá en Lima se practica el trasplante de células madres. El mundo vivido nos permite pensar la ciencia desde una perspectiva singular. La ciencia hoy es expresión del mundo.

Qué queremos decir, y qué callamos, cuando aludimos al prójimo. Poco me ayuda el diccionario. Leo en Autoridades que si uso la palabra como sustantivo, “se toma por cualquiera criatura capaz de gozar las bienaventuranzas”. Aprendo también que si alguien no tiene próximo a alguien, está expresando que “alguien es muy duro de corazón”. Y aunque crean que voy aprendiendo el significado, debo reconocer que el lenguaje no sirve para compartir la verdad con el hombre.

Verdad es también que ha ido cambiando la significación primera. Para algunos vocabularios antiguos, prójimo era ‘el vecino’, ‘el cercano’. Luego, fue ‘el de otra nacionalidad’. Más tarde, ¡ay!, ‘el enemigo’. Pero el prójimo de que habla la Biblia está hecho a nuestra imagen y semejanza, y en él pensaban ciertamente los académicos de Autoridades: no es ‘el otro’ sino precisamente el que ofrece una repetida imagen de mí mismo. De carne y espíritu. Ante esta variante de opciones léxicas, se comprende que tengo derecho a preguntarme si acaso convenga considerar hoy al prójimo como un concepto científico, teniendo presente como enseña Bertrand Russell, que toda ciencia, por abstracta que sea, “debe contener un vocabulario mínimo con palabras de nuestra experiencia”. Si así se presentan las cosas, ¿quién puede asegurarme el verdadero significado de prójimo? ¿Cómo debo comprender la palabra? ¿Qué riesgos corro de ser comprendido de modo distinto del que me anima cuando la formulo? ¿Debo, acaso, preguntarme cómo piensan los miembros de mi comunidad cuando la oyen o la pronuncian? El hecho de que yo piense en el prójimo ni siquiera garantiza su existencia.

Pero afirmemos, por lo menos, nuestra condición humana. Si buscamos realmente recobrar el valor de las humanidades, debemos revalorar esta imagen del prójimo. Fue signo auspicioso de la mejor hora renacentista. Erasmo tuvo siempre incluido el ‘otro’ en su imagen antropológica del mundo. Nada puede autorizarnos hoy a desconocer esa inclusión, por más infatuado que el hombre haya llegado a considerarse. Ni siquiera el extraordinario progreso de la ciencia nos invitaría a considerar como superhombres a los responsables de tanto adelanto científico y a desconocer la segura presencia del espíritu.

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