jueves, 18 de febrero de 2010

TRIBUNA ABIERTA

Salud, educación y seguridad ciudadana
Por Carolina Benavides – El Comercio

Las escalofriantes noticias de las últimas semanas sobre hospitales convertidos en laboratorios de Frankenstein y sobre la anunciada huelga por los míseros sueldos que reciben los policías han puesto una vez más en la picota el sistema pérfido de un Estado indolente, que no coloca por delante cuestiones primordiales para el bienestar y el verdadero desarrollo nacional: la salud, la educación y la seguridad de los ciudadanos.

Si bien cada una de estas áreas representa un mundo para sí, están unidas por un hilo conductor, a la vez que círculo vicioso: el maltrato. Médicos, maestros y policías menospreciados por el Estado, que los remunera de manera denigrante y no les proporciona opciones de desarrollo laboral, agravian a diario a usuarios indefensos. Maestros con sueldos cuatro veces inferiores a los de Chile y con una formación famélica recurren al indiferente laissez faire o a exabruptos autoritarios. Policías acogotados procuran sobrevivir ofendiendo la ética ciudadana, echando mano a la corrupción.

En años recientes han brotado por doquier facultades de medicina, que imponen el criterio de cantidad a costa de la calidad, que en tiempos pasados caracterizaba nuestros centros de enseñanza. Si bien han salido a luz casos indudablemente espeluznantes de negligencia médica, aquellos constituyen solo el punto visible de una estructura descompuesta. Por ejemplo, en las “salas” de emergencia de Essalud, la abrumadora mayoría de pacientes “sin padrino” puede quedarse largas días y noches tumbados en camillas, en pasillos repulsivos a la espera de ser trasladados al pabellón correspondiente. De otro lado, está la piel de elefante de los prestatarios de servicios, de seguro indispensable para sobrevivir ante semejante frustración. El dolor de los enfermos exacerbado por la indignidad nos arrebata el derecho de formar parte de una comunidad que merezca el calificativo de humana. Es decir, una constante de malestar, que nos afecta a todos.

Resulta patético el espectáculo de los responsables institucionales, balbuceando explicaciones absurdas ante las cámaras y micrófonos, exhibiéndose como testimonio viviente de la enorme distancia que los aparta de la posibilidad de adoptar medidas inmediatas, pero imaginando el largo plazo.

Hay, no obstante, un rayo de esperanza que se sustenta en el hecho de que sí hemos conocido algo de un mundo solidario y eficiente, que hoy nos parece tan lejano. Al menos en las principales ciudades peruanas, médicos consistentemente formados eran casi la regla, así como maestros dedicados, con sueldos razonables, afán de progreso intelectual y personal, comprometidos con la formación de peruanos de bien, y policías que vivían con decoro, “guardias civiles”, esto es, ciudadanos uniformados respetuosos y respetados.

A propósito de nuestro pasado, pudiéramos sugerir la edificación de un Lugar de la Memoria (quizá imaginario) que cumpliría un papel complementario al que encabeza Vargas Llosa, para rescatar nuestras joyas sumergidas, procurando que no se esfumen de nuestro registro colectivo y nos permitan reconectarnos con lo mejor de nuestra experiencia.

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