jueves, 15 de octubre de 2009

ARTICULOS DE ASOCIADOS

Escuela tomada
Por Luis Guerrero
Publicado el 16/10/09 en CNR

La antigua casa era habitada por dos hermanos solteros, consagrados por entero a sus tranquilas rutinas y al cuidado de esa enorme mansión. Pero un día creen sentir unos sonidos y murmullos extraños, viéndose obligados a abandonar sucesivamente diversas partes de la casa, presumiéndolas ocupadas por intrusos y atrincherándose en las zonas que suponían libres. Cuando los presuntos ruidos se fueron haciendo cada vez más audibles y próximos, los hermanos se fueron del todo, firmemente convencidos de que, ahora sí, habían sido invadidos por completo.

He aquí un brevísimo resumen de «Casa tomada», uno de los primeros cuentos de Julio Cortázar publicado en 1951. El relato no aporta evidencias de que el progresivo asalto de la casa fuese más que una mera especulación, pero sí deja en claro que las percepciones y suposiciones de la gente tienen el poder de crear realidades. Digamos que la gente tiende a dar a sus creencias, aún si los hechos las contradijeran, no el valor de una posibilidad sino el de una verdad objetiva.

Esto es exactamente lo que ocurre con la imagen dogmática y autoritaria de la escuela que los maestros han recibido como legado cultural, tanto en sus primeras experiencias escolares como en su educación superior. La escuela, por ejemplo, tiene la función de formar ciudadanos, pero si para usted eso significa formar conciencias críticas, autónomas y propositivas, un vistazo a cualquier centro educativo le confirmaría que allí se busca más bien someter y uniformizar los comportamientos. Y mantener, en lo posible, las bocas de todos bien cerradas.

La escuela tiene también la función de preparar para la vida productiva. Pero si eso representa hoy aprender a trabajar en equipo, a tener iniciativa, a actuar en función de objetivos y a aprender de los propios productores, la enseñanza escolar actual se mueve puntualmente en dirección opuesta. Es decir, se refuerza el individualismo, la dependencia, el sacrificar los objetivos en función de los plazos y el aprender desconectados de la vida productiva de la comunidad. Todo al revés.

Pero la escuela tiene, así mismo, la función de socializar a niños y jóvenes. Es posible que usted y yo estemos de acuerdo en que esto significa formar personas libres y pensantes, capaces de integrarse a una sociedad muy diversa sin perder su propia identidad. Lamentablemente, la socialización de los estudiantes sigue entendiéndose en las escuelas como control y homogenización. Por eso es que siguen reforzando sus muros: los que la separan de su comunidad inmediata y los que dividen a los muchachos unos de otros en función del grado y la edad. Mientras menos se mezclen, menos se contaminan y se controlan mejor.

Varias de estas creencias sobre el sentido de estas tres funciones esenciales, son coherentes con una visión de sociedad y país característica de la primera mitad del siglo XX, aunque otras hunden raíces todavía más atrás. Visiones anacrónicas que muchos maestros, directores y funcionarios consideran aún válidas y verdaderas, y que justifican y sostienen la rigidez de las escuelas, su verticalidad, su aislamiento de la vida. A esas mismas escuelas les pedimos ahora implementar un currículo reformado que es portador, más allá de sus inconsistencias, de una visión en muchos sentidos antagónica de la sociedad actual y sus desafíos. Es por eso que transitar hacia un desempeño docente que asegure aprendizajes más relevantes, además de leer, exige a la política educativa emprender una reforma cultural y estructural de las escuelas. Algo que aún no está en agenda.

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