jueves, 29 de octubre de 2009

ARTICULOS DE ASOCIADOS

La luz de tu mirada
Por Luis Guerrero
Publicado el 30/10/09 en CNR

El invento más recordado de Thomas Alva Edison acaba de cumplir 130 años. El diario El Comercio hacía memoria recientemente que en octubre de 1879, Edison creó no la bombilla eléctrica, como comúnmente se piensa, pues otros la habían construido antes, sino la bombilla dotada de filamentos de hilo de algodón. Este material, mucho más resistente que los antes usados, le permitió mantenerla encendida por largo tiempo e hizo posible su uso masivo. Lo interesante de esta historia, sin embargo, no fue sólo el resultado, sino el proceso que lo condujo a él.

Por si no lo recordaban, este notable inventor estadounidense, cuyo paso por la escuela sólo duró tres meses, invirtió dinero y paciencia en más de 1,200 experimentos y puso a prueba 60,000 filamentos diferentes a lo largo de dos años, experimentando con materiales traídos de distintos lugares del mundo. Es decir, ensayó hacerlo de una manera, se equivocó, probó de otra, falló de nuevo, siguió intentando, erró otra vez, volvió a la carga, hasta que al fin la acertó.

Debes amar el tiempo de los intentos, debes amar la hora que nunca brilla, escribió Silvio Rodríguez. Sensiblemente, ni Silvio ni Edison son los que inspiran las políticas de formación docente. Por el contrario, a pesar de que el ensayo-error es el único camino cierto para arribar a los hallazgos de la ciencia y que el currículo enfatiza la formación científica, a los maestros se nos persuade que existe un solo camino para que los estudiantes aprendan: el descrito en un plan de clases. Se trate del mismo plan de todos los años, el que copiamos de un colega o de un libro cualquiera, no importa mucho. Sea cual fuese el camino que elijamos, siempre será uno solo y lo transitaremos despreocupados de llegar a alguna parte. Porque nuestro objetivo no será arribar a meta alguna, sólo recorrerlo.

Quiere decir que si la ruta elegida para el aprendizaje de alguna habilidad no consigue los resultados esperados, la seguimos usando una y otra vez. Pero si las políticas elegidas para remontar los bajos rendimientos escolares tampoco mejoran las estadísticas en más de una década, seguimos capacitando maestros, repartiendo materiales y modificando el currículo. Si esa hubiese sido la actitud de Thomas Alva Edison, jamás habría probado filamentos distintos. Habría seguido utilizando los de carbón, los mismos que usaba Joseph Swan desde hacía veinte años, no importa si se le quemaba la bombilla al poco tiempo. Y el mundo seguiría alumbrado a velas.

Un maestro que actúa a ciegas en el salón de clases, sin aspiración por el logro ni afán alguno de comprobación, despreocupado del acierto o error de la estrategia elegida, es el producto de una formación dogmática e irreflexiva, que no le entrena el ojo ni el oído para recoger información del camino, ni para buscar dentro de sí mismo las explicaciones y respuestas que le permitan lograr sus propósitos. Un formulador de políticas que se concentra en las acciones que quiere realizar, despreocupado de lo que debe lograr o asumiendo que sus efectos son sólo una posibilidad a muy largo plazo, parece tener el mismo oscuro origen.

El caso es que los problemas que debemos resolver en el aula y en el sistema educativo para obtener mejores resultados, son de tal complejidad que requieren ensayo y perseverancia, capacidad para evaluar y aprender de los propios errores, mucha imaginación y una enorme flexibilidad. Pero si no logramos ver claro el camino para reorientar la política de formación en esa perspectiva, vamos a tener que resucitar a Edison y a implorarle la luz de su mirada. Hasta pronto.

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