jueves, 17 de septiembre de 2009

TRIBUNA ABIERTA

Maestro y hombre ejemplar
Por: Antonio Pinilla
Fuente: El Comercio

Carlos Cueto Fernandini fue un gran hombre y un gran maestro. Era caso único de personalidad bien integrada. Maneras francas, amigables, rebosantes de comprensión y simpatía ante los problemas ajenos, juez severísimo para juzgarse a sí mismo y exigirse todo de sí. Extraordinario caso de una fuerte voluntad, no de predominio sino de servicio a los demás.

Su mente lógica elaboraba pensamientos penetrantes y claros, profundos y fáciles de comprender, a la vez nuevos y familiares. Poseía el don de explicar de manera sencilla asuntos difíciles porque su mente los descomponía y reconstruía iluminándolos. Su idealismo realista resolvía problemas y conflictos dirigiendo a todos a más elevados modos de ver las cosas y de responsabilizarse ante el derecho ajeno y el propio destino.

Tal capacidad intelectual superior es la fuente más importante del poder. Ella posibilita dominar y subordinar a los demás. Él la utilizaba como instrumento de una voluntad de ayuda al prójimo, a sus alumnos, a sus colegas, al gobierno y al pueblo del Perú. Su ser personal estaba identificado e integrado de modo total con el quehacer del educador.

Su actitud en el trato cotidiano era elevada lección moral. La extraordinaria fuerza que representaba su capacidad de conocimiento y juicio certero y equilibrado no la utilizaba en provecho propio —como casi todo el género humano que vive guiado por el instinto de conservación y el apetito de lograr el propio provecho e interés—, la usaba premeditadamente en provecho de otros. Por esta actitud que lo caracterizaba su ser personal era encarnación señera del imperativo de amor al prójimo. La plenitud de fuerza intelectual y vital desborda siempre hacia el servicio y la ayuda a los demás. Carlos Cueto impregnaba todas sus obras y actos de esta toma de posición que hace a los otros donación de conocimientos y fuerza comprensiva y expresiva que regala capacidad de transformación del mundo y de influir, y que es en sí misma educación.

Por razón de esta generosa toma de posición era valiente y alegre, frente a la vida y frente a la muerte. La vida le era grata en cuanto era oportunidad de ayudar a los otros individuos y grupos, países y pueblos. ¿Cómo ayudar al ser humano a realizarse como individuo y como nación? He allí el problema que le interesaba. Pensó muy profundamente en el proceso educativo mismo y denunció como falso y dañino la concepción de que el educar es “formar”, de que la educación es “proceso formativo”, porque incluye la suposición de que el educando es materia amorfa que espera recibir de fuera moldes y formas que le dan fisonomía y carácter.

Carlos Cueto fue clarividente al reconocer el daño y deformación que de la práctica de tal concepción educativa se deriva. Al desconocerse la realidad del educando, sus capacidades de comprensión y expresión, de imaginación e inferencia, de reacción y creación original, todo el proceso educativo adquiere signo negativo en vez de positivo. En vez de liberar y mejorar al ser humano tal “proceso formativo” origina imposición de rutinas y prejuicios, uniformando, limitando y automatizando a los alumnos. Esta es la idea central para toda reforma de la enseñanza en el Perú.

Como sabía que la educación no es “imponer formas” sino influir indirectamente a través de las condiciones del medio ambiente y de la personalidad misma del maestro, Carlos Cueto volcaba la suya, tan rica, culta, noble y digna, dando lección permanente de cómo ser un verdadero y auténtico hombre.

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