ARTICULOS DE ASOCIADOS
Maestros idóneos para escuelas no idóneas
Por: Luis Guerrero
Publicado el 18/09/2009 en CNR
Habrán transcurrido doce años desde aquella vez en que un perplejo estudiante de educación, de un destacado instituto de formación docente en el sur andino del Perú, me preguntó con demoledora franqueza: ¿Qué se tendría que hacer si nos tocara enseñar en un aula donde todos los niños fueran diferentes? He contado este incidente innumerables veces desde entonces, sin haberme curado hasta ahora del asombro que a uno le produce la confusión del maestro que, de pronto, se encuentra en su primera escuela, cara a cara, con la diversidad humana.
Alarma que cinco años de formación resulten insuficientes para convencer a un futuro maestro de que sólo encontrará en las aulas de cualquier escuela, en cualquier lugar del país y a diversa escala, la más rotunda heterogeneidad. Pero alarma más todavía que en pleno siglo XXI se le siga preparando expresamente para enseñar en una inexistente aula homogénea, igual que en el siglo XIX.
Hoy en día es mucho más evidente que hace algunas décadas, que los estudiantes con los que va encontrarse cualquier docente que trabaje en el sistema público y, sobre todo, en escuelas ubicadas en los sectores socioeconómicos C, D y E, constituyen un grupo humano con desventajas sociales diversas, con distintas deficiencias individuales por añadidura y, en general, sin exhibir necesariamente el conjunto de prerrequisitos que se esperarían para su edad y el grado que cursan.
Por si fuera poco y más allá de las diferencias en el nivel de ingreso familiar, va a encontrarse con un grupo humano con notorias diferencias de saber y habilidad a su interior, con alumnos con distintos estilos personales de comunicación, razonamiento o vinculación social, con personalidades y sensibilidades diferentes, con características generacionales marcadamente distintas y hasta contrapuestas a las que rigen la conducta habitual del maestro en diversos planos de su vida.
Todas estas diferencias, absolutamente naturales, se amplifican y complejizan cuando el grupo, además, habla una lengua y pertenece a una cultura que no son las del profesor ni tampoco las del currículo que debe enseñar. Esto implica que muchas de las premisas y nociones básicas en las que el maestro basa su labor, pueden tener significados y hasta valoraciones distintas para sus estudiantes.
Ahora bien ¿Qué hace frente a estas múltiples diversidades un docente formado para trabajar con un solo plan de clase, sistemáticamente reforzado por sucesivas capacitaciones oficiales en el deber de llegar al aula con un libreto único y de apegarse a él a rajatabla? La respuesta es conocida: ignorarlas. Y enseñar como si todos los estudiantes fueran idénticos entre sí y estuvieran, sin excepciones, detrás de la línea del partidor que presupone el currículo para cada grado.
Mil quinientos profesores rendirán el domingo 27 una prueba de «idoneidad profesional» para postular a ascensos en la nueva Carrera Pública Magisterial. Idoneidad, según la Real Academia de la Lengua, significa adecuación. Un docente que sabe adecuarse al escenario multifacético de un salón de clase en un país diverso para cumplir eficazmente su labor formativa, sería un docente idóneo. Pero las pruebas de idoneidad que rendirán le preguntarán por conceptos específicos del currículo de su modalidad, nivel, especialidad, ciclo o forma educativa; y examinarán algunas de sus habilidades cognitivas. Confío en que llegará la ocasión, tarde o temprano, para corregir este colosal sinsentido. Hasta pronto.
Por: Luis Guerrero
Publicado el 18/09/2009 en CNR
Habrán transcurrido doce años desde aquella vez en que un perplejo estudiante de educación, de un destacado instituto de formación docente en el sur andino del Perú, me preguntó con demoledora franqueza: ¿Qué se tendría que hacer si nos tocara enseñar en un aula donde todos los niños fueran diferentes? He contado este incidente innumerables veces desde entonces, sin haberme curado hasta ahora del asombro que a uno le produce la confusión del maestro que, de pronto, se encuentra en su primera escuela, cara a cara, con la diversidad humana.
Alarma que cinco años de formación resulten insuficientes para convencer a un futuro maestro de que sólo encontrará en las aulas de cualquier escuela, en cualquier lugar del país y a diversa escala, la más rotunda heterogeneidad. Pero alarma más todavía que en pleno siglo XXI se le siga preparando expresamente para enseñar en una inexistente aula homogénea, igual que en el siglo XIX.
Hoy en día es mucho más evidente que hace algunas décadas, que los estudiantes con los que va encontrarse cualquier docente que trabaje en el sistema público y, sobre todo, en escuelas ubicadas en los sectores socioeconómicos C, D y E, constituyen un grupo humano con desventajas sociales diversas, con distintas deficiencias individuales por añadidura y, en general, sin exhibir necesariamente el conjunto de prerrequisitos que se esperarían para su edad y el grado que cursan.
Por si fuera poco y más allá de las diferencias en el nivel de ingreso familiar, va a encontrarse con un grupo humano con notorias diferencias de saber y habilidad a su interior, con alumnos con distintos estilos personales de comunicación, razonamiento o vinculación social, con personalidades y sensibilidades diferentes, con características generacionales marcadamente distintas y hasta contrapuestas a las que rigen la conducta habitual del maestro en diversos planos de su vida.
Todas estas diferencias, absolutamente naturales, se amplifican y complejizan cuando el grupo, además, habla una lengua y pertenece a una cultura que no son las del profesor ni tampoco las del currículo que debe enseñar. Esto implica que muchas de las premisas y nociones básicas en las que el maestro basa su labor, pueden tener significados y hasta valoraciones distintas para sus estudiantes.
Ahora bien ¿Qué hace frente a estas múltiples diversidades un docente formado para trabajar con un solo plan de clase, sistemáticamente reforzado por sucesivas capacitaciones oficiales en el deber de llegar al aula con un libreto único y de apegarse a él a rajatabla? La respuesta es conocida: ignorarlas. Y enseñar como si todos los estudiantes fueran idénticos entre sí y estuvieran, sin excepciones, detrás de la línea del partidor que presupone el currículo para cada grado.
Mil quinientos profesores rendirán el domingo 27 una prueba de «idoneidad profesional» para postular a ascensos en la nueva Carrera Pública Magisterial. Idoneidad, según la Real Academia de la Lengua, significa adecuación. Un docente que sabe adecuarse al escenario multifacético de un salón de clase en un país diverso para cumplir eficazmente su labor formativa, sería un docente idóneo. Pero las pruebas de idoneidad que rendirán le preguntarán por conceptos específicos del currículo de su modalidad, nivel, especialidad, ciclo o forma educativa; y examinarán algunas de sus habilidades cognitivas. Confío en que llegará la ocasión, tarde o temprano, para corregir este colosal sinsentido. Hasta pronto.
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