ARTICULOS DE ASOCIADOS
El desparpajo aprendido
Por: Luis Guerrero
Publicado el 04/09/2009 en CNR – http://www.cnr.org.pe/aa/pluma.shtml?x=7476
Releía un viejo texto de Jean-Paul Sartre y me reencontré con una de sus frases más contundentes: «el hombre no es nada más que su proyecto y no existe más que en la medida en que se realiza». Quiere decir que para este recordado filósofo y escritor francés, no nos hacemos a nosotros mismos, no nos forjamos una identidad en la vida, si no nos damos la oportunidad de realizar nuestras propias aspiraciones. Luego, no serán nuestras cualidades intelectuales sino nuestros actos los que nos definan. Recordaba esta idea, de las más importantes en mi vida universitaria, y me preguntaba si, por ejemplo, aprender el currículo escolar a lo largo de 12 años representa el proyecto de los niños en este país o si les está permitido en la escuela tener un proyecto distinto del que está prefijado para todos en un mismo libreto.
Herbert Kelman y Lee Hamilton, dos psicólogos sociales norteamericanos, publicaron a fines de los años 80 un libro llamado elocuentemente «Crímenes de Obediencia», producto de una larga investigación acerca de los límites entre la autoridad y la responsabilidad en diferentes culturas. Su lectura me hizo evidente algo que quizás no lo había sido hasta ese momento: que la obediencia produce irresponsabilidad. Luego empecé a poner más atención a este sencillo hecho: cuando usted hace algo porque lo obligan y algo sale mal, no asume las consecuencias y se las endosa más bien al que dio la orden. Es decir, no se identifica en absoluto con la acción ni con sus resultados.
Bien, esa es exactamente la lógica que define la actuación de niños y adolescentes al interior de las escuelas, donde a nadie interesa que sus actos sea producto de sus propias opciones, sino tan sólo del acatamiento estricto de las reglas y disposiciones de la autoridad. A nadie preocupa tampoco cuanta identificación sienta con lo que hace, tan sólo que lo haga. Copie lo que voy a dictarle, transcriba usted la pizarra, resuelva estas operaciones, párese para rezar, responda estas seis preguntas, defina estos diez conceptos, haga cien oraciones con la palabra no.
Una noción de escuela donde los estudiantes se organizan, discuten y deciden con autonomía una ruta hacia la solución de problemas reales y el logro de objetivos determinados, colaborando entre sí e interactuando con la comunidad, es una noción que fluye de la atenta lectura del currículo oficial. Pero su principal barrera es la presión que reciben las instituciones de los mismos diseñadores del currículo oficial, para apurar el cumplimiento formal de un programa, aunque nadie aprenda. Todos sabemos que quien hace algo sin convicción, no coloca esfuerzo ni ilusión alguna y, en efecto, no va a asumir después ninguna responsabilidad por que salga bien. Luego, el que sólo 1 niño de cada 10 pase a segundo grado comprendiendo plenamente lo que lee, igual que hace diez años, no desvelará a nadie.
A propósito, dice Sartre también que el hombre es angustia. Es decir, que no puede eludir la angustia de tener que elegir siempre y al hacerlo, «no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad». Al mismo tiempo, Sartre reconoce que mucha gente vive sin angustia, porque se limita a hacer lo que le dicen. Ergo, la dinámica que rige nuestras escuelas y el formalismo necio de las políticas educativas siguen constituyendo una inmensa fábrica de idiosincrasias selladas por la irresponsabilidad. Hasta pronto.
Por: Luis Guerrero
Publicado el 04/09/2009 en CNR – http://www.cnr.org.pe/aa/pluma.shtml?x=7476
Releía un viejo texto de Jean-Paul Sartre y me reencontré con una de sus frases más contundentes: «el hombre no es nada más que su proyecto y no existe más que en la medida en que se realiza». Quiere decir que para este recordado filósofo y escritor francés, no nos hacemos a nosotros mismos, no nos forjamos una identidad en la vida, si no nos damos la oportunidad de realizar nuestras propias aspiraciones. Luego, no serán nuestras cualidades intelectuales sino nuestros actos los que nos definan. Recordaba esta idea, de las más importantes en mi vida universitaria, y me preguntaba si, por ejemplo, aprender el currículo escolar a lo largo de 12 años representa el proyecto de los niños en este país o si les está permitido en la escuela tener un proyecto distinto del que está prefijado para todos en un mismo libreto.
Herbert Kelman y Lee Hamilton, dos psicólogos sociales norteamericanos, publicaron a fines de los años 80 un libro llamado elocuentemente «Crímenes de Obediencia», producto de una larga investigación acerca de los límites entre la autoridad y la responsabilidad en diferentes culturas. Su lectura me hizo evidente algo que quizás no lo había sido hasta ese momento: que la obediencia produce irresponsabilidad. Luego empecé a poner más atención a este sencillo hecho: cuando usted hace algo porque lo obligan y algo sale mal, no asume las consecuencias y se las endosa más bien al que dio la orden. Es decir, no se identifica en absoluto con la acción ni con sus resultados.
Bien, esa es exactamente la lógica que define la actuación de niños y adolescentes al interior de las escuelas, donde a nadie interesa que sus actos sea producto de sus propias opciones, sino tan sólo del acatamiento estricto de las reglas y disposiciones de la autoridad. A nadie preocupa tampoco cuanta identificación sienta con lo que hace, tan sólo que lo haga. Copie lo que voy a dictarle, transcriba usted la pizarra, resuelva estas operaciones, párese para rezar, responda estas seis preguntas, defina estos diez conceptos, haga cien oraciones con la palabra no.
Una noción de escuela donde los estudiantes se organizan, discuten y deciden con autonomía una ruta hacia la solución de problemas reales y el logro de objetivos determinados, colaborando entre sí e interactuando con la comunidad, es una noción que fluye de la atenta lectura del currículo oficial. Pero su principal barrera es la presión que reciben las instituciones de los mismos diseñadores del currículo oficial, para apurar el cumplimiento formal de un programa, aunque nadie aprenda. Todos sabemos que quien hace algo sin convicción, no coloca esfuerzo ni ilusión alguna y, en efecto, no va a asumir después ninguna responsabilidad por que salga bien. Luego, el que sólo 1 niño de cada 10 pase a segundo grado comprendiendo plenamente lo que lee, igual que hace diez años, no desvelará a nadie.
A propósito, dice Sartre también que el hombre es angustia. Es decir, que no puede eludir la angustia de tener que elegir siempre y al hacerlo, «no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad». Al mismo tiempo, Sartre reconoce que mucha gente vive sin angustia, porque se limita a hacer lo que le dicen. Ergo, la dinámica que rige nuestras escuelas y el formalismo necio de las políticas educativas siguen constituyendo una inmensa fábrica de idiosincrasias selladas por la irresponsabilidad. Hasta pronto.
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