TRIBUNA ABIERTA
Analfabetismo cero
Por: Rocío Silva Santisteban
Por: Rocío Silva Santisteban
Publicado el 02/08/09 en la República
En1988, siendo jefa de promoción social de Cooperación Popular en Cajamarca, trabajé apoyando programas de alfabetismo en zonas cercanas como Combayo, distrito de La Encañada, donde se encuentran las famosas “ventanillas”, más altas e impresionantes que las de Otuzco. Las maestras subían a Combayo apenas dos veces por semana, con el camión que repartía la leche, su trabajo era más que sacrificado y su preparación la que recibían de la “Normal”. En las asociaciones de comedores populares o “clubes de madres” se encontraban las alumnas, tizas en mano, dispuestas, nerviosas y alegres. Algunas profesoras subían conmigo los domingos o sábados, para poder empezar las clases a mujeres adultas. “Lana-lino-luna” eran las palabras que aprendían en una pizarra pintada en una pared. Pero también otras como “so-fá”. Una de ellas me preguntó: “¿y qué es sofá, señorita? “Algo que sirve para sentarse”, se me ocurrió contestar. “¿Cómo un pellejo de cabra?” me retrucó mi alumna. “Mmmm… bueno, creo que un poco más cómodo” contesté con toda mi torpeza urbana.
So-fá. Durante años me ha acompañado este sustantivo de dos sílabas en mis recuerdos sobre clases de alfabetismo para adultos. So-fá. La incoherencia de la insensibilidad de una educación que no tenía la más mínima referencia con el entorno de aquellas mujeres ávidas de aprender. So-fá. Dos sílabas incongruentes aposentadas con toda la fuerza de esta cultura de la letra desde la arrogancia de las oficinas del Ministerio de Educación. So-fá. Precisamente ese objeto que en Combayo, como en Chugur, Tuhal o Chetilla, no existía en ninguna de las casas de mis anfitriones. Sillas maltrechas o unos bancos largos pero, ¿sofás?
Creo que ahora, con los nuevos lineamientos del Ministerio de Educación y de Pronama, se debe de haber operativizado otros textos para aprender la cultura de la letra sobre temas contextualizados al ambiente y necesidades de los campesinos y campesinas, indígenas y nativos, que reclaman una manera propia. Sin embargo, me queda cierta duda al ver los avisos de promoción del Pronama. En todo caso, de los tres hombres prominentes que hacen la publicidad del video institucional (Juan Diego Flórez, Jaime Cáceres, Raúl Vargas) el único más carismático y menos “deber ser” es sin duda el primero. Si la mayoría de analfabetas son mujeres, ¿por qué se usa a tres varones para que las desafíen a entrar en ese mundo?
De todas maneras hay algo que me interesa remarcar para dejar en claro que no basta alfabetizar para creer que los excluidos del banquete de la globalización y la apertura al capitalismo podrán acceder a alguno de sus privilegios. Además de alfabetizar es preciso reconocer las múltiples posibilidades de la cultural oral primaria y vincularla con la cultura oral secundaria (de los medios y de las nuevas tecnologías) porque es la mejor manera de lograr un puente con la modernidad. La oralidad, en pacto con la literariedad, debe de ser el primer paso para poder entender todo lo que a través de ella hemos podido recibir. En el Perú el legado de lo oral, no solo a través del conocimiento de conservación y técnicas de agricultura, sino también de las formas como pensamos en los orígenes de nuestra nación a través de los mitos, ha sido fundamental para imaginarnos como peruanos, ¿o acaso la leyenda de los hermanos Ayar nos llegó por internet?.
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