viernes, 3 de diciembre de 2010

TRIBUNA ABIERTA

Violencia contra los niños tiene que acabar
Por Paul Martin
Publicado en El Peruano

Si nos guiamos por los reportes periodísticos constantes sobre la niñez, podríamos (equivocadamente) interpretar que estamos frente a un brote de violencia contra los niños y niñas peruanos. Sin embargo, sabiendo que ésta es una epidemia de largo plazo, y una práctica tan frecuente que no se considera noticia, es un buen síntoma que ahora se haga pública y nos reclame la atención que merece.

A lo largo de las últimas semanas se dieron a conocer situaciones donde se ha ejercido violencia contra la infancia, ya sea en hogares o centros educativos: una niña abusada sexualmente por un tío, un niño quemado por sus padres con una plancha por no haber hecho sus tareas, otro niño que fue severamente golpeado en la escuela como medida disciplinaria.
La lista de casos de violencia contra los niños y adolescentes es larga. Puede ser castigo corporal, maltrato psicológico, abuso sexual o bullying, y ocurrir en cualquier ámbito –en los hogares, en los entornos educativos, en la calle y en los centros de cuidado y atención–, no habiendo distinciones sociales ni geográficas que inmunicen contra ese flagelo universal.

Hay normas y costumbres con las cuales crecimos y fuimos criados, como “la letra con sangre entra”, que nos automatizan y “autorizan” de tal manera que seguimos repitiendo modelos. Y lo hacemos sin reflexionar sobre los efectos que un acto violento –quizás nimio para los adultos– causa en el desarrollo psicosocial y cognitivo de los niños, niñas y adolescentes. Sin darnos cuenta cómo una agresión que dura segundos puede impactar en su futuro y su potencial, mucho más si se repite constantemente y se acumula en el vivir cotidiano.

En una oportunidad, Paulo Sergio Pinheiro (1) –quien estuvo de visita en el Perú desde el 29 de noviembre hasta el 1 de diciembre– comparaba cómo el derecho de los animales había progresado de tal manera que maltratar a un animal en la vía pública es sancionado en varios países. Sin embargo, los adultos todavía pueden pegarle o gritarle a los niños en la calle, las plazas o el supermercado, sin ningún problema y sin nadie que llame la atención sobre el hecho. Y esto todavía sucede porque creemos que los niños son propiedad de los adultos.
Es necesario que no confundamos disciplina con maltrato. Ningún tipo de violencia contra los niños, niñas y adolescentes es justificable, y todo tipo de actos violentos es prevenible. La Convención sobre los Derechos del Niño –adoptada y ratificada casi universalmente– corrobora la obligación de eliminar los actos violentos hacia los niños y niñas, porque ellos son sujetos plenos de derechos y deben ser respetados por su dignidad humana.

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