viernes, 15 de octubre de 2010

TRIBUNA ABIERTA

El poder de la esperanza
Por Zenón Depaz
Publicado en La Primera

La reflexión filosófica más destacable de las últimas décadas en torno a la naturaleza del poder, pone de relieve que el espacio en que éste se dirime con mayor alcance es el de las significaciones. En las palabras, soportes fundamentales de significación, se proyectan implícitamente órdenes de cosas (mundos posibles) que echan raíces en el imaginario colectivo, dotando de sentido a la acción, orientando las elecciones que efectuamos de continuo. Por ello la definición de sus significados conlleva y manifiesta correlaciones de poder.

¿Quién o quiénes definen el rango de significación de una palabra? Es el uso social, a través de roles diferenciados, que ahora se definen de modo sustantivo precisamente por el acceso a los medios de transmisión de los significados. Entre ellos, y de modo relevante en nuestro país, los medios de comunicación masivos. Las tres últimas décadas, marcadas por el predominio del denominado “consenso de Washington”, dieron curso a una administración sistemática de significados básicos a través de aquellos medios. Tal es el caso del profuso empleo de la palabra “terrorista” (obviamente, hay una gran diferencia entre decir “activista social”, “luchador social”, o aún “guerrillero”, y decir “terrorista”), empleada frecuentemente para estigmatizar a quienes osan cuestionar la legitimidad e inevitabilidad de aquel supuesto “consenso”, señalando que no es el único orden posible, que el más alto grado de libertad y creatividad se alcanza con la asunción de que otros mundos (otros modos de vida) son posibles.

Nuestro país ha sido un laboratorio de la imposición del imaginario funcional a la dominación de las corporaciones transnacionales, que repite de mil modos y por mil vías que no es posible construir otro mundo, que este no sólo es el mejor sino el único ahora posible. El experimento lleva entre nosotros tres décadas. El fanatismo senderista sirvió el pretexto perfecto para su puesta en marcha, para poner en un mismo saco toda crítica social y liquidarla con sus emisores. Como paradójico resultado de ello, la izquierda democrática peruana, que aportó decisivamente en la resistencia frente al senderismo, con un altísimo costo de militantes liquidados, fue a su vez deliberadamente estigmatizada por esa otra versión del fanatismo y la intolerancia denominada “neoliberalismo”, que de liberal nada tiene, pues se sostiene en el autoritarismo, la corrupción y la degradación de la libertad.

El fanatismo de los operadores del capital transnacional se impuso en nuestro país aterrorizando el imaginario colectivo, demonizando toda resistencia a su proyecto depredador… La presencia espontánea y masiva de jóvenes en el mitin de cierre de campaña de Fuerza Social, así como en la posterior denuncia de la grosera manipulación electoral, son hechos de la mayor trascendencia y síntomas de que la imposición del miedo va cediendo espacio a la esperanza. Se trata de un proceso irreversible. Sus efectos se dejarán sentir en las próximas decisiones de alcance nacional
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