viernes, 15 de octubre de 2010

ARTÍCULOS DE ASOCIADOS

¿El Nobel fue para el Perú?
Por Luis Guerrero
Publicado en su Blog.

Fueron cinco historias francamente divertidas. El relato oral de cada anécdota infantil fluyó de manera ágil y amena, matizado de risas y ocurrencias ingeniosas. El ánimo del grupo cambió súbitamente, sin embargo, cuando le pedí poner esos mismos relatos por escrito. Los cinco profesores, funcionarios de diversas oficinas locales de educación, aceptaron la hoja de papel con ojos esquivos y apagados. Los mismos ojos que hacía pocos minutos habían brillado embelesados. Se tomaron su tiempo para producir sus textos, hasta que al fin los concluyeron. Léalo profesor, le pedí al primero. Inició la lectura reticentemente y al llegar a la segunda línea, apartó la mirada del papel para dar paso a otra versión oral de la misma historia. No lo cuente de nuevo por favor, léanos lo que ha escrito, le rogué. Hizo su segundo intento y, a los pocos segundos, volvió a detener la lectura para reanudar su relato oral. Esto se repitió con cada uno de ellos. No cabía duda, revelar el escrito que habían producido, les causaba pánico.

El currículo escolar considera esencial el «dominio del castellano para promover la comunicación entre todos los peruanos», enfatizando que «debe garantizarse su conocimiento para un uso adecuado, tanto oral como escrito». Uso adecuado significa para el currículo, «leer comprensivamente y escribir correctamente» el idioma, es decir, aprender «la tipología textual para la debida comprensión de sus estructuras y significados y el uso de la normativa: ortografía y gramática funcionales». Al lado de este acento colocado en la norma lingüística, el currículo señala también que los escritos de los niños deben responder «a la necesidad de comunicar ideas, opiniones, sentimientos, pensamientos, sueños y fantasías». Considera clave, así mismo, «la escritura creativa, que favorece la originalidad de cada estudiante», para lo que exige «el acompañamiento responsable y respetuoso del proceso creativo» de los niños.

Ahora bien ¿Hasta qué punto es compatible aprender la lengua escrita de manera creativa y el apego escrupuloso a sus reglas? Gabriel García Márquez, en un célebre discurso pronunciado a fines de los 90 en un Congreso Internacional de la Lengua Española, rogaba a los académicos de la lengua «liberarla de sus fierros normativos». «Me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia –dijo el escritor colombiano- que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros». Por no hacerlo, situaciones patéticas como las que he descrito al principio, se siguen multiplicando por doquier: personas educadas que siguen aferradas a la cultura oral, porque escribir está asociado a la vergüenza de un texto con errores, mil veces censurados a lo largo de toda su escolaridad.

«La lectura para mí fue algo milagroso –ha dicho Mario Vargas Llosa en entrevista concedida a la BBC- y gocé sumergiéndome en esto que me permitía viajar en el tiempo y el espacio… Yo siempre quise escribir historias que tuvieran sobre los demás el mismo efecto increíble que habían tenido en mí las lecturas de aventuras que tuve en mis manos desde niño». Flaubert decía que escribir es una manera de vivir y Mario suscribe esa frase: «Yo sé que es cierta, porque en mi caso escribir es una manera de vivir desde hace muchos años y va a seguir siéndola hasta que me muera».

Es inevitable preguntarse entonces ¿Viven nuestros niños el aprendizaje de la lengua escrita como una experiencia de gozo y fascinación? ¿O son los «fierros normativos» los que terminan más bien desalentándolos desde que entran a la escuela? Este es un viejo debate que vale la pena actualizar, para tratar de ponernos como país a la altura del Nobel merecidamente concedido a Mario Vargas Llosa. Hasta pronto.

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