viernes, 24 de septiembre de 2010

Internacionales

Educando a las semillas de la comunidad
Publicado en Noticias Aliadas
Educación preescolar intercultural evita que comunidades indígenas urbanas pierdan valores ancestrales.
Como una forma de recuperar, revitalizar, fortalecer su identidad y la memoria histórica, cientos de niños indígenas reciben formación intercultural en la capital colombiana.

Se trata de jardines infantiles, o preescolares, “soñados y pensados para que los niños indígenas que viven en un ámbito urbano no pierdan sus principios, valores ancestrales y su identidad”, asegura a Noticias Aliadas Emily Quevedo, coordinadora del Proyecto Educación Inicial para Pueblos Indígenas de la Alcaldía de Bogotá.
Con un presupuesto anual de US$1.5 millones, la Alcaldía de Bogotá ha implementado —desde hace tres años— cinco jardines infantiles, y se espera que para el 2011 se unan dos más a los ya existentes: Wawita Kunapa Wasi (Casa de Niños) del pueblo inga, Uba Rhua (Espíritu de la Semilla) del pueblo muisca, Makade Tinikana (Caminar Caminando) del pueblo huitoto, Semillas Ambika Pijao del pueblo pijao y Gue Atÿqíb (Casa de Pensamiento), también del pueblo muisca.
“El proyecto es atender una población de 450 niños indígenas en etapa preescolar”, asegura Quevedo.
Estas pequeñas malocas, como llaman algunos a estas escuelas en referencia a las casas comunitarias indígenas, combinan el saber ancestral con el occidental y están diseñadas para contar con los lugares y objetos propios de los pueblos indígenas, como las chagras (áreas de cultivo) y las salas de pensamiento.
En el jardín Uba Rhua (Espíritu de la Semilla), del pueblo muisca de Bosa, en los linderos de Bogotá, las dotaciones son las tradicionales hamacas, vasijas de barro, canastas, semillas, “elementos que permiten que los niños y niñas se relacionen con el mundo desde los usos y costumbres de su pueblo, para de esta manera recrear los lugares en donde las comunidades construyen conocimiento”, explica Gloria Orobajó, coordinadora del centro de estudios.
“Los usos, costumbres y pensamiento de los pueblos indígenas están presentes en esta forma de educación, a través de la enseñanza de agricultura, tejido, cerámica, orfebrería, música, danza, medicina tradicional y lengua, entre otros saberes y artes”, añade la coordinadora experta en lenguas. Explica que 65 de los 80 niños —de entre 14 meses y 5 años— que se educan en el lugar, forman parte de la comunidad de 700 familias muiscas que sobreviven en lo que fueron los territorios de Bacatá y que hoy ocupa la capital de Colombia.
Pedagogía intercultural
La educación de estos jardines se comparte entre profesores de educación occidental y abuelos y maestros, como Rigoberto —aprendiz de sabedores de medicina de la comunidad—, quien enseña a los niños sobre “las plantas, las texturas y para qué sirven. A que se enamoren de las plantas, a que las respeten como todo lo que hay sobre la tierra”.
“Bosa ancestralmente era el lugar donde se cuidaban las semillas de toda Bacatá”, dice. “Y por ello es importante que enseñemos la conexión y el respeto con las plantas”.
“Estas iniciativas ayudan a avanzar hacia una sociedad intercultural y los procesos de formación que permitan su comprensión. Es un desafío formular para la primera infancia indígena urbana una pedagogía intercultural”, sostiene la concejal por Bogotá Ati Quigua, gestora de este proyecto.
La tarea no ha sido fácil, toda vez que la guerra interna que vive Colombia ha obligado a muchos indígenas a desplazarse a las ciudades, dificultando tener una cifra de población con la cual realizar los proyectos.
“Muchos han tenido que abandonar sus tierras huyendo de la violencia. Muchas de estas personas son viudas con hijos pequeños que viven una situación muy compleja”, asegura Quevedo. “Según el último censo realizado en el 2005, residían en Bogotá 15,000 personas [de una población total de 7 millones] que se reconocían como indígenas, pero la cifra debe haberse incrementado considerablemente a la fecha”, asevera.
La preocupación por la continuidad de la educación intercultural para niños mayores de 5 años y jóvenes de educación secundaria también está presente entre las autoridades distritales y los representantes de las 20 comunidades indígenas presentes en Bogotá.
Orobajó dice que “como cabildo, hay una apuesta muy grande de los niños y los jóvenes para que ellos sigan liderando los procesos. Los sábados vienen los niños más grandes y jóvenes a aprender danzas y música. Hay otro grupo de niñas —que están en transición entre niñez y adolescencia— y se reúnen con las mujeres que las preparan, desde la concepción indígena, para su primera luna (primera menstruación) y los cambios a mujer”.
Articulación con el gobierno
Por su parte, la representante de la Alcaldía asegura que “estamos haciendo un proceso de articulación con la Secretaría de Educación —que es el ente rector de la educación primaria y secundaria— precisamente para continuar este proyecto educativo con los niños mayores. Los procesos cognitivos de los niños indican que lo que un niño aprende en los primeros cinco años de su vida es contundente y trascendental. Por ello la importancia de lo adquirido en estas edades. Pensamos que luego en la primaria ya pueden iniciar procesos de interculturalidad necesarios, porque si bien los saberes ancestrales son importantes, los niños están en un ámbito urbano que les genera otra cantidad de necesidades particulares”.
“Para este proceso ha sido fundamental la participación activa de autoridades políticas y tradicionales de cada una de las comunidades, quienes desde los círculos de palabras [tradiciones y valores transmitidos oralmente], conversatorios, talleres y pagamentos [pagos a la tierra] garantizan que la propuesta de jardines infantiles indígenas responda a lo concertado y construido colectivamente, convirtiendo esta acción afirmativa en uno de los primeros modelos de educación inicial diferencial para la primera infancia indígena en el ámbito urbano en América Latina”, asegura Quigua.
Leidi Neuta, licenciada en Ciencias Sociales, perteneciente a la comunidad muisca, afirma que este proceso “es muy importante porque estamos educando las semillas de la comunidad. Ellos son parte de la recuperación de nuestra cultura. De nuestras enseñanzas y nuestro saber ancestral que nos aseguran no se perderá”.

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