TRIBUNA ABIERTA
La Católica
Por: Rocío Silva Santisteban
Publicado en el Suplemento Domingo
Mis estudios de pregrado los hice en dos universidades que eran mundos diferentes y contradictorios durante los duros años 80: la Universidad de Lima y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; en la primera estudié Derecho y Ciencias Políticas y en la segunda, Literatura. La Pontificia Universidad Católica fue para nosotros –los ajenos– un espacio distante pero grato, a donde personalmente asistía a los recitales de poesía en su casi inhumano Patio de Letras, en aquellas épocas que no tenía muros ni guachimanes en las puertas. Recuerdo las casetas de Ciencias Sociales y de Derecho (a secas) y los jardines y flores por todos lados, y cómo esperábamos sobre los pastos que terminen de recitar los otros poetas. También recuerdo haber asistido a alguna que otra clase, al fondo para pasar inadvertida, porque queríamos escuchar a algunos maestros como Susana Reisz o Gustavo Gutiérrez.
Ingresar a la Católica, en esos años, era difícil: generalmente la ratio era 5:1 en letras y en ingeniería, mucho más; los profesores eran conocidos por ser severos y exigentes; y la administración, por tener una escala de pensiones de 10 niveles, y por dar becas.
Hoy en día la PUCP se ha convertido en una universidad reconocida en América Latina, en un lugar donde se ha re-pensado la ética desde diversas perspectivas, y donde el “magis” como requerimiento de calidad docente, es un objetivo exigido permanentemente al profesorado. Lo sé porque estoy dictando un curso este semestre. Sin duda alguna, como lo he dicho anteriormente, la biblioteca de la PUCP es una de las mejores en el Perú (quizás la mejor en nivel de volúmenes generales actualizados y con libros al día), y aunque ha crecido monstruosamente en alumnado (y por lo tanto en heterogeneidad), sigue manteniendo una buena relación entre el número de alumnos-docentes. La última promoción ingresante a la Maestría en Ciencias Políticas tiene 120 alumnos, divididos en cuatro clases de 30 cada uno, lo que significa que es uno de los cursos de post-grado de mayor asistencia en nuestro país, equiparable solo a otros cursos similares de la Universidad Nacional Autónoma de México. Todo este recuento para sostener, enfáticamente, que la Pontificia Universidad Católica hoy en día no es esa “cuna de caviares” como persisten en denominarla aquellos catecúmenos de la derecha cavernaria y lisonjera de los púrpuras cardenalicios. Y para advertir a la comunidad intelectual y universitaria que, en efecto, si la PUCP deja su vocación cosmopolita, diversa, múltiple y democrática, intercultural y transdisciplinaria, perderemos los peruanos una universidad que ha sabido ganarse día a día, año a año, un reconocimiento académico internacional difícil de conseguir sino al cabo de muchísimo tiempo.
Ahora, como profesora no-tan-ajena a sus aulas, debo advertir que no son pocos los que se alegran con el declive de “esta nave insignia”. Se trata de un resentimiento que supura pus ante esta situación jurídica de entrampamiento. ¿Por qué esta reacción? –le pregunté a un buen amigo, graduado de la PUCP, y me contestó con una sinceridad que agradezco: la PUCP ha estado muchas veces de espaldas al país, sus graduados han desdeñado a otras universidades y a muchos colegas. Es cierto: algunos de ellos merecen un “abajamiento ignaciano” por decir lo menos. No obstante, a pesar de la soberbia de la excelencia, la PUCP no merece un futuro de libros marcados con etiquetas rojas (César Vallejo o Alejo Carpentier) para calificar como censurados por el Opus Dei u otro grupo católico conservador como en otras universidades peruanas. Toda universidad debe tener una vocación múltiple: la amenaza del pensamiento único es el inicio de una devastación.
Por: Rocío Silva Santisteban
Publicado en el Suplemento Domingo
Mis estudios de pregrado los hice en dos universidades que eran mundos diferentes y contradictorios durante los duros años 80: la Universidad de Lima y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; en la primera estudié Derecho y Ciencias Políticas y en la segunda, Literatura. La Pontificia Universidad Católica fue para nosotros –los ajenos– un espacio distante pero grato, a donde personalmente asistía a los recitales de poesía en su casi inhumano Patio de Letras, en aquellas épocas que no tenía muros ni guachimanes en las puertas. Recuerdo las casetas de Ciencias Sociales y de Derecho (a secas) y los jardines y flores por todos lados, y cómo esperábamos sobre los pastos que terminen de recitar los otros poetas. También recuerdo haber asistido a alguna que otra clase, al fondo para pasar inadvertida, porque queríamos escuchar a algunos maestros como Susana Reisz o Gustavo Gutiérrez.
Ingresar a la Católica, en esos años, era difícil: generalmente la ratio era 5:1 en letras y en ingeniería, mucho más; los profesores eran conocidos por ser severos y exigentes; y la administración, por tener una escala de pensiones de 10 niveles, y por dar becas.
Hoy en día la PUCP se ha convertido en una universidad reconocida en América Latina, en un lugar donde se ha re-pensado la ética desde diversas perspectivas, y donde el “magis” como requerimiento de calidad docente, es un objetivo exigido permanentemente al profesorado. Lo sé porque estoy dictando un curso este semestre. Sin duda alguna, como lo he dicho anteriormente, la biblioteca de la PUCP es una de las mejores en el Perú (quizás la mejor en nivel de volúmenes generales actualizados y con libros al día), y aunque ha crecido monstruosamente en alumnado (y por lo tanto en heterogeneidad), sigue manteniendo una buena relación entre el número de alumnos-docentes. La última promoción ingresante a la Maestría en Ciencias Políticas tiene 120 alumnos, divididos en cuatro clases de 30 cada uno, lo que significa que es uno de los cursos de post-grado de mayor asistencia en nuestro país, equiparable solo a otros cursos similares de la Universidad Nacional Autónoma de México. Todo este recuento para sostener, enfáticamente, que la Pontificia Universidad Católica hoy en día no es esa “cuna de caviares” como persisten en denominarla aquellos catecúmenos de la derecha cavernaria y lisonjera de los púrpuras cardenalicios. Y para advertir a la comunidad intelectual y universitaria que, en efecto, si la PUCP deja su vocación cosmopolita, diversa, múltiple y democrática, intercultural y transdisciplinaria, perderemos los peruanos una universidad que ha sabido ganarse día a día, año a año, un reconocimiento académico internacional difícil de conseguir sino al cabo de muchísimo tiempo.
Ahora, como profesora no-tan-ajena a sus aulas, debo advertir que no son pocos los que se alegran con el declive de “esta nave insignia”. Se trata de un resentimiento que supura pus ante esta situación jurídica de entrampamiento. ¿Por qué esta reacción? –le pregunté a un buen amigo, graduado de la PUCP, y me contestó con una sinceridad que agradezco: la PUCP ha estado muchas veces de espaldas al país, sus graduados han desdeñado a otras universidades y a muchos colegas. Es cierto: algunos de ellos merecen un “abajamiento ignaciano” por decir lo menos. No obstante, a pesar de la soberbia de la excelencia, la PUCP no merece un futuro de libros marcados con etiquetas rojas (César Vallejo o Alejo Carpentier) para calificar como censurados por el Opus Dei u otro grupo católico conservador como en otras universidades peruanas. Toda universidad debe tener una vocación múltiple: la amenaza del pensamiento único es el inicio de una devastación.
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