TRIBUNA ABIERTA
Talentos ocultos
Por Celinda Barreto – El Peruano
Por Celinda Barreto – El Peruano
Cuando veo a chicos malabaristas, contorsionarse delante de los automovilistas por pocos centavos; a los “llenadores” de combis y micros destruir sus gargantas a causa de los gritos que sus patrones los obligan a dar, todo el día, por toda la ciudad, anunciando sus rutas; a los vendedores de caramelos, de hilos para coser, de “curitas” y otros productos de poca importancia, a los recicladores de basura, siempre recuerdo a Leonor.
Ella llegó a nuestra casa, para trabajar como empleada doméstica, cuando tenía 35 años. Era una hermosa mujer andina: alta, de bonitas facciones, de cabello oscuro peinado en gruesas trenzas.
Nacida en un caserío de Pomabamba, en Ancash, una familia de la zona la había traído a Lima, para que cuidara a la madre anciana y había dejado a sus dos hijas pequeñas, “encargadas" donde familiares de sus patrones, con la promesa de que las traerían pronto.
Eso nunca ocurrió y ella, que había perdido todo contacto con las niñas, decidió “escapar” de sus antiguos patrones que la tenían prácticamente secuestrada y pidió ayuda a la parroquia del barrio.
Cuando llegó a nuestra casa, Leonor no “existía”. Sabía su nombre y apellidos, pero no tenía ningún documento que atestiguara su identidad y tampoco sabía cómo obtenerlo, pues era analfabeta.
Eso de “empleada sin colegio”, era para mi madre una aberración y un abuso y de inmediato insistió con Leonor para que fuera al colegio a aprender a leer y a escribir. Pero ella no quiso. No entendió razones, ni ruegos, ni amenazas. Aunque no había ido jamás a una escuela, ella comprendía y aprendía todo con facilidad. Tenía mucho sentido del humor y sus comentarios acerca de hechos y situaciones diversas eran ingeniosos e irónicos, lo cual demostraba su inteligencia.
Lamentando su decisión, en la casa siempre se comentaba las oportunidades perdidas por una persona tan valiosa, por carecer de instrucción.
Esos mismos pensamientos pasan por mi cabeza cuando veo a hombres y mujeres jóvenes, hermosos,llenos de energía, que realizan trabajos precarios, sacrificados, porque al no tener instrucción no tienen armas para defenderse en la vida.
¿Cuántos talentos ocultos habrán entre ellos? ¿Cuántos arquitectos, administradores, literatos, músicos o matemáticos podrían salir de esa masa de personas si tuvieran instrucción?
Junto a la salud, la educación es lo más valioso para un ser humano, porque abre caminos, amplía horizontes, da libertad. Por eso, aquellos que la tenemos, desde nuestro sitio en la vida, debemos contribuir para que más peruanos tengan el derecho de descubrir sus talentos y ser dueños de su futuro.
Ella llegó a nuestra casa, para trabajar como empleada doméstica, cuando tenía 35 años. Era una hermosa mujer andina: alta, de bonitas facciones, de cabello oscuro peinado en gruesas trenzas.
Nacida en un caserío de Pomabamba, en Ancash, una familia de la zona la había traído a Lima, para que cuidara a la madre anciana y había dejado a sus dos hijas pequeñas, “encargadas" donde familiares de sus patrones, con la promesa de que las traerían pronto.
Eso nunca ocurrió y ella, que había perdido todo contacto con las niñas, decidió “escapar” de sus antiguos patrones que la tenían prácticamente secuestrada y pidió ayuda a la parroquia del barrio.
Cuando llegó a nuestra casa, Leonor no “existía”. Sabía su nombre y apellidos, pero no tenía ningún documento que atestiguara su identidad y tampoco sabía cómo obtenerlo, pues era analfabeta.
Eso de “empleada sin colegio”, era para mi madre una aberración y un abuso y de inmediato insistió con Leonor para que fuera al colegio a aprender a leer y a escribir. Pero ella no quiso. No entendió razones, ni ruegos, ni amenazas. Aunque no había ido jamás a una escuela, ella comprendía y aprendía todo con facilidad. Tenía mucho sentido del humor y sus comentarios acerca de hechos y situaciones diversas eran ingeniosos e irónicos, lo cual demostraba su inteligencia.
Lamentando su decisión, en la casa siempre se comentaba las oportunidades perdidas por una persona tan valiosa, por carecer de instrucción.
Esos mismos pensamientos pasan por mi cabeza cuando veo a hombres y mujeres jóvenes, hermosos,llenos de energía, que realizan trabajos precarios, sacrificados, porque al no tener instrucción no tienen armas para defenderse en la vida.
¿Cuántos talentos ocultos habrán entre ellos? ¿Cuántos arquitectos, administradores, literatos, músicos o matemáticos podrían salir de esa masa de personas si tuvieran instrucción?
Junto a la salud, la educación es lo más valioso para un ser humano, porque abre caminos, amplía horizontes, da libertad. Por eso, aquellos que la tenemos, desde nuestro sitio en la vida, debemos contribuir para que más peruanos tengan el derecho de descubrir sus talentos y ser dueños de su futuro.
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