TRIBUNA ABIERTA
Ética patética.
Por Augusto Álvarez Rodrich – La República
Por Augusto Álvarez Rodrich – La República
Los malos ejemplos públicos promueven el delito.
Una pregunta reiterada en estos días es por qué alguien entrenado en el culto a la patria, como el suboficial FAP Víctor Ariza Mendoza, llegó a traicionarla a cambio de un pago mensual que le hacía el gobierno chileno para que actuara como su espía.
Una primera respuesta obvia es el dinero, el vil metal que en este caso llegaba a unos tres mil dólares mensuales y que, sin duda, le ayudaban a Ariza a mejorar su nivel de vida y el de su familia. En este sentido, la calamitosa situación remunerativa en las Fuerzas Armadas peruanas podría ayudar a entender –pero en modo alguno justificar– la traición.
Pero una explicación que solo incluyera esa motivación no sería completa ni ayudaría a prevenir situaciones parecidas en el futuro, pues un eventual aumento de sueldos castrenses lo único que conseguiría sería elevar el monto de la tarifa para convertir a alguien en espía, lo cual no sería un gran obstáculo para un país como Chile que se ha gastado la friolera de varios miles de millones de dólares en armas, de modo compulsivo y desenfrenado, y podría ‘invertir’ un sencillo más para, por ejemplo, triplicar los tres mil dólares mensuales que recibía Ariza.
En su columna del domingo pasado en este diario, Jorge Bruce se ocupó de los motivos que pudieron haber llevado al suboficial a la traición, y plantea algo con lo cual coincido y que puede ser un factor central de la explicación: “Ariza no ha hecho sino seguir el sendero de quienes vienen, históricamente, traficando con los bienes comunes en provecho personal”.
A ello podría añadirse la alta tolerancia social que existe en el Perú frente a los casos frecuentes y crecientes en los que se arrasa con el respeto esencial e indispensable a la ética en la actuación pública.
Ejemplos abundan. Uno reciente y sonado es la manera como la Universidad Alas Peruanas se ha incrustado e infiltrado en instancias clave del aparato público, como los poderes Legislativo y Judicial, además de integrantes de varios partidos políticos o del Consejo Nacional de la Magistratura.
Pero el de la Universidad Alas Peruanas no es el único mal ejemplo a la mano. Desde la defensa que algunos congresistas hacen de sus colegas que le meten la mano al erario; hasta los que en lugar de escribir artículos los copian y lo único original que tienen es el recibo que luego pasan; o profesiones como el periodismo o la abogacía, entre muchas otras, donde no es infrecuente encontrar personas que se pervierten y cruzan la línea de la ética, el ciudadano común y corriente está muy expuesto a casos de falta de principios en el accionar cotidiano de las personas públicas, lo cual lleva a algunos a pensar que, si ellos pueden, ¿por qué no yo?
Una pregunta reiterada en estos días es por qué alguien entrenado en el culto a la patria, como el suboficial FAP Víctor Ariza Mendoza, llegó a traicionarla a cambio de un pago mensual que le hacía el gobierno chileno para que actuara como su espía.
Una primera respuesta obvia es el dinero, el vil metal que en este caso llegaba a unos tres mil dólares mensuales y que, sin duda, le ayudaban a Ariza a mejorar su nivel de vida y el de su familia. En este sentido, la calamitosa situación remunerativa en las Fuerzas Armadas peruanas podría ayudar a entender –pero en modo alguno justificar– la traición.
Pero una explicación que solo incluyera esa motivación no sería completa ni ayudaría a prevenir situaciones parecidas en el futuro, pues un eventual aumento de sueldos castrenses lo único que conseguiría sería elevar el monto de la tarifa para convertir a alguien en espía, lo cual no sería un gran obstáculo para un país como Chile que se ha gastado la friolera de varios miles de millones de dólares en armas, de modo compulsivo y desenfrenado, y podría ‘invertir’ un sencillo más para, por ejemplo, triplicar los tres mil dólares mensuales que recibía Ariza.
En su columna del domingo pasado en este diario, Jorge Bruce se ocupó de los motivos que pudieron haber llevado al suboficial a la traición, y plantea algo con lo cual coincido y que puede ser un factor central de la explicación: “Ariza no ha hecho sino seguir el sendero de quienes vienen, históricamente, traficando con los bienes comunes en provecho personal”.
A ello podría añadirse la alta tolerancia social que existe en el Perú frente a los casos frecuentes y crecientes en los que se arrasa con el respeto esencial e indispensable a la ética en la actuación pública.
Ejemplos abundan. Uno reciente y sonado es la manera como la Universidad Alas Peruanas se ha incrustado e infiltrado en instancias clave del aparato público, como los poderes Legislativo y Judicial, además de integrantes de varios partidos políticos o del Consejo Nacional de la Magistratura.
Pero el de la Universidad Alas Peruanas no es el único mal ejemplo a la mano. Desde la defensa que algunos congresistas hacen de sus colegas que le meten la mano al erario; hasta los que en lugar de escribir artículos los copian y lo único original que tienen es el recibo que luego pasan; o profesiones como el periodismo o la abogacía, entre muchas otras, donde no es infrecuente encontrar personas que se pervierten y cruzan la línea de la ética, el ciudadano común y corriente está muy expuesto a casos de falta de principios en el accionar cotidiano de las personas públicas, lo cual lleva a algunos a pensar que, si ellos pueden, ¿por qué no yo?
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