jueves, 8 de octubre de 2009

ARTICULOS DE ASOCIADOS

Miraflores con Palma y sin feria
Por Luis Jaime Cisneros
Publicado 04/10/2009 en La República

Pensando en la fecha próxima, he vuelto a visitar la casa en que vivió los últimos años de su vida don Ricardo Palma. Visitar la casa es una silenciosa forma de conmemorar los primeros 90 años de su muerte. Recorrer la casa de ayer con los fatigados ojos de hoy es, de alguna manera, reconfortante. Podemos asumir el mundo quieto de los objetos ahí guardados y poblar de vida auténtica cada rincón, como en una minuciosa exposición fotográfica. Aquí está Palma, sonriente. Aquí, en su sillón de ruedas, arropado en indudable manta de vicuña, en actitud de conversación y con ojos de sorna en acecho. Aquí, en el escritorio, los quevedos montados sobre la nariz, tratando de que las ideas no se le escapen de la pluma. Y ahora Palma, sin presentir el ocio en colores de la televisión, escuchando la voz con que Angélica repite en alta voz la correspondencia copiosa, con palabras de Valera y felicitaciones de Galdós. Y ahora Palma solo frente al vacío y el mar, asistiendo con lágrimas y en silencio a la puesta de ese inmenso Sol que se llamó Miguel Grau.

He vuelto a pasear la casa, y me he detenido largo rato frente al escritorio. No conocí, por cierto, a don Ricardo, pero sí frecuenté a sus hijos, con muchos de los cuales repetí en esta vida la amistad que padres y abuelos habían cultivado con el viejecito zumbón. Ahí en el escritorio me imagino a Palma saboreando amistades a través de las cartas, reviviendo horas antiguas con las criaturas que, en la alameda, suelen rodearlo en las tardes. No me interesa el escritor en esta nueva visita a la casa, 90 años después de ese hondo luto de octubre. Me trae cómo se confiesa y se retrata Palma en su cartas. Ahí está cercado por sus libros, librado a su magín. Afuera Miraflores duerme y mucha gente tal vez descansa, en espera de una feria de libros habitual, que ¡ay! este año no llegará. No hay ya virreyes ni Perricholi que atraviesan en calesa las calles despobladas, pero la malicia y el pecado rifan su fama con el mismo desparpajo de antaño. Palma escribe. Un día es a Menéndez y Pelayo pidiéndole libros. Otro día es a Juan María Gutiérrez explicando el sentido que tienen sus Tradiciones. Palma corresponsal es hombre que sigue paso a paso las peripecias de la literatura, sin olvidar las de la política. En estas vísperas electorales me lo imagino revisando las cosas que sobre política conoció y comentó y aquellas otras, tristes y oscuras, que no llegó a publicar. Metido en la inquietud política había estado desde joven cuando, en 1860, participó en la sublevación liberal de José Gálvez, que culminó en el frustrado asalto a la casa de Castilla. Tres años de exilio en Chile le costó esa aventura. Y en Chile no deja de hacerse eco de la inquietud cívica con que los intelectuales protestan y se solidarizan con México, amenazado por tropas francesas. Felizmente tiene seso suficiente como para desengañarse de estos trajines políticos y entregarse de lleno a la literatura. Ya no beberá de esa agua que realmente nunca fue agua bendita.

Importa hoy reconocer su preocupación por una sociedad inquieta, cuyos anhelos podían leerse con claridad en las conversaciones o en las confidencias que podemos hurgar en la pluma de don Ricardo. Por eso frecuenta infolios y manuscritos y se extasiará ante incunables y revolverá cartapacios en archivos y bibliotecas conventuales. Esa afición lo llevará felizmente, con el tiempo, a dirigir la Biblioteca Nacional. En el marco de tal preocupación aparecen sus notas sobre asuntos clericales. Unas veces la evocación tiene respaldo en lo que dicen las viejas junto al fuego. Otras veces surgen de tanto haberse fatigado los ojos en las penumbrosas bibliotecas conventuales.

Noventa años hace que el Registro Civil inscribió la ausencia definitiva de Palma en las librerías. No tiene importancia. A lo largo de estos 90 años, el nombre y la obra de Palma abren nuevas rutas para la investigación y se defiende del aparente olvido a que las nuevas generaciones creen haberle asignado. Basta con acercarse a la casa museo y ahí está, redivivo, en el corazón de Miraflores. Y con él sigue vibrando el porvenir, hoy más que nunca en que hemos perdido la tradición de la Feria del Libro.

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