ARTICULOS DE ASOCIADOS
Enseñar en el Perú
Por Luis Jaime Cisneros
Publicado el 13/09/2009 en La República
A veces suelen convocarme a reflexionar sobre la vocación magisterial. Ya el tema de la ‘vocación’ comporta grave desafío. Y tratándose del carácter ‘magisterial’, de necesidad grave y urgente. Sobre todo, si anuncia la voluntad de encarar el problema desde sus raíces. ¿Dónde nace esa vocación? ¿Cómo se manifiesta? Y digo abiertamente vocación para evitar tropezar en palabras como interés, curiosidad. Precisamos las cosas: ¿por qué alguien se decide a admitir y encarar esta decisión?
Ahí arranca el asunto. Muchos casos comprueban que la falta de aptitudes para determinadas carreras profesionales ha decidido a muchas personas a ingresar en el magisterio. Pero al magisterio no se ingresa por la puerta falsa. Hay también quienes alegan razones para haber evitado esta profesión. Sus argumentos suelen variar entre numerables excusas: pagan mal, no hay una clara carrera de ascensos, y la antigüedad parece ser más importante que el trabajo intelectual: el mérito parece estar en la permanencia antes que en el trabajo realizado, la calidad no cuenta.
Pero existe un problema más grave para los enrolados: la evaluación no se entiende como un indispensable control técnico sobre el progreso que muestran los alumnos como reflejo de la enseñanza recibida; y eso es grave, porque no permite admitir que la carrera magisterial es precisamente una ‘carrera’ que implica continuidad en la marcha y progreso en los conocimientos. Como de eso depende la calidad en un alto porcentaje, el maestro debe comprender que para ascender (y asegurar el progreso económico) hay que progresar en la docencia (que documenta el progreso científico del alumnado).
Dicho así, parece muy sencillo, y nos sorprendemos de que haya dificultades para comprenderlo. Sin embargo, el diario trajín revela por lo menos varios obstáculos: a) el financiamiento es deficiente; b) no hay un criterio firme sobre en qué consiste (y cómo se prueba) la mejoría de la calidad; c) como no hay clara idea de lo que significa una política educativa, no puede haber firme apoyo político; d) no hay todavía conciencia clara de que el progreso (en estas materias) no se logra en 24 horas sino que implica una marcha gradual de los contenidos.
El magisterio es una carrera profesional que se vive con ardorosa pasión y decidido empuje. No es un empleo circunstancial que nos distrae. Maestro que no esté concentrado en lo suyo está desmintiendo la imagen magisterial. Si hablamos de una ‘carrera’ hay que admitir que estamos aludiendo a una continuidad, que supone etapas: ingreso, marcha (y ascensos progresivos en la marcha) y cúspide. Esos ascensos están relacionados con el esfuerzo docente y los logros estudiantiles, y no con la antigüedad en el magisterio. La antigüedad sólo es mérito cuando va felizmente asociada a la calidad del aprendizaje, fruto de una enseñanza calificada. Y para que los ascensos no estén librados a circunstancias ajenas a la vida laboral, la ley previsoramente ha fijado los periodos en que el Estado debe convocar a concursos, que deben ser preferentemente bianuales. Claro es que debemos entender que, tratándose de una carrera, los deméritos conllevan medidas explicables en todo sistema de evaluación.
Si existe, pues, una carrera magisterial, imprescindible es que nos preguntemos cuáles son los requisitos para acceder a ella.
¿Solo buena voluntad y entusiasmo? Por lo pronto, no basta haber terminado los estudios secundarios. Hay que tener conciencia clara de nuestra condición de país pluricultural. Desde el inicio debe quedar establecido que hay que merecer ser candidato a maestro. Un estudiante crecido en zonas costeras debe estar preparado para enfrentarse (si el destino así lo determina) a sus compatriotas del Ande o de la Selva. Debe, por tanto, estar vivamente interesado en compartir con ellos la vibración espiritual que los identifica como peruanos. Como peruanos del siglo XXI, necesitados de conocer las urgentes necesidades de los muchachos de estas generaciones nuevas para que la enseñanza pueda ofrecerles el camino correcto que conduce a la felicidad, la justicia y la verdad.
Por Luis Jaime Cisneros
Publicado el 13/09/2009 en La República
A veces suelen convocarme a reflexionar sobre la vocación magisterial. Ya el tema de la ‘vocación’ comporta grave desafío. Y tratándose del carácter ‘magisterial’, de necesidad grave y urgente. Sobre todo, si anuncia la voluntad de encarar el problema desde sus raíces. ¿Dónde nace esa vocación? ¿Cómo se manifiesta? Y digo abiertamente vocación para evitar tropezar en palabras como interés, curiosidad. Precisamos las cosas: ¿por qué alguien se decide a admitir y encarar esta decisión?
Ahí arranca el asunto. Muchos casos comprueban que la falta de aptitudes para determinadas carreras profesionales ha decidido a muchas personas a ingresar en el magisterio. Pero al magisterio no se ingresa por la puerta falsa. Hay también quienes alegan razones para haber evitado esta profesión. Sus argumentos suelen variar entre numerables excusas: pagan mal, no hay una clara carrera de ascensos, y la antigüedad parece ser más importante que el trabajo intelectual: el mérito parece estar en la permanencia antes que en el trabajo realizado, la calidad no cuenta.
Pero existe un problema más grave para los enrolados: la evaluación no se entiende como un indispensable control técnico sobre el progreso que muestran los alumnos como reflejo de la enseñanza recibida; y eso es grave, porque no permite admitir que la carrera magisterial es precisamente una ‘carrera’ que implica continuidad en la marcha y progreso en los conocimientos. Como de eso depende la calidad en un alto porcentaje, el maestro debe comprender que para ascender (y asegurar el progreso económico) hay que progresar en la docencia (que documenta el progreso científico del alumnado).
Dicho así, parece muy sencillo, y nos sorprendemos de que haya dificultades para comprenderlo. Sin embargo, el diario trajín revela por lo menos varios obstáculos: a) el financiamiento es deficiente; b) no hay un criterio firme sobre en qué consiste (y cómo se prueba) la mejoría de la calidad; c) como no hay clara idea de lo que significa una política educativa, no puede haber firme apoyo político; d) no hay todavía conciencia clara de que el progreso (en estas materias) no se logra en 24 horas sino que implica una marcha gradual de los contenidos.
El magisterio es una carrera profesional que se vive con ardorosa pasión y decidido empuje. No es un empleo circunstancial que nos distrae. Maestro que no esté concentrado en lo suyo está desmintiendo la imagen magisterial. Si hablamos de una ‘carrera’ hay que admitir que estamos aludiendo a una continuidad, que supone etapas: ingreso, marcha (y ascensos progresivos en la marcha) y cúspide. Esos ascensos están relacionados con el esfuerzo docente y los logros estudiantiles, y no con la antigüedad en el magisterio. La antigüedad sólo es mérito cuando va felizmente asociada a la calidad del aprendizaje, fruto de una enseñanza calificada. Y para que los ascensos no estén librados a circunstancias ajenas a la vida laboral, la ley previsoramente ha fijado los periodos en que el Estado debe convocar a concursos, que deben ser preferentemente bianuales. Claro es que debemos entender que, tratándose de una carrera, los deméritos conllevan medidas explicables en todo sistema de evaluación.
Si existe, pues, una carrera magisterial, imprescindible es que nos preguntemos cuáles son los requisitos para acceder a ella.
¿Solo buena voluntad y entusiasmo? Por lo pronto, no basta haber terminado los estudios secundarios. Hay que tener conciencia clara de nuestra condición de país pluricultural. Desde el inicio debe quedar establecido que hay que merecer ser candidato a maestro. Un estudiante crecido en zonas costeras debe estar preparado para enfrentarse (si el destino así lo determina) a sus compatriotas del Ande o de la Selva. Debe, por tanto, estar vivamente interesado en compartir con ellos la vibración espiritual que los identifica como peruanos. Como peruanos del siglo XXI, necesitados de conocer las urgentes necesidades de los muchachos de estas generaciones nuevas para que la enseñanza pueda ofrecerles el camino correcto que conduce a la felicidad, la justicia y la verdad.
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