TRIBUNA ABIERTA
De vuelta a los talleres
Autor: Roberto Lerner
Autor: Roberto Lerner
Publicado el 2/08/2009 en Perú 21
La escuela, a pesar de reformas en contenidos y métodos, mantiene el fuerte aire de familia con la que emergió en el mundo industrial de fines del siglo XIX: un lugar donde poner a los niños mientras los padres trabajaban y un mecanismo de uniformización de los ciudadanos dentro de un Estado nación.
Leer, escribir, sumar, multiplicar, algo sobre como funciona lo social, lo biológico y lo físico, pero, sobre todo, qué tenemos en común arequipeños, limeños, tumbesinos, apurimeños y loretanos. Esos mitos de orígenes y propósito hacia el futuro pueden ser más o menos eficaces.
En ese marco, la educación como encuentro personalizado de un maestro y un aprendiz es muy difícil. En el marco de planes de estudio compulsivos, profesores centrados en la evaluación, alumnos 'internéticos’ y padres obsesionados con los exámenes de ingreso en la universidad, la creatividad, el placer y la innovación, son muy escasos.
¿Qué pasaría si comenzamos a pensar en escuelas boutique, en escuelas taller como las que existían en el Renacimiento, centradas en relaciones muy personalizadas, en la promoción del talento, en el aliento a la originalidad, donde discípulos crecían, consolidaban técnicas o abrían nuevas rutas al mismo tiempo que fundaban nuevos centros y todos iban compitiendo para hacer converger el desarrollo personal, el placer compartido y el avance de la civilización?
Quizá demasiado romántico. Quizá es lo que ocurre en ciertos laboratorios. Pero podríamos tratar de aplicarlo en la educación secundaria como experimento complementario.
La escuela, a pesar de reformas en contenidos y métodos, mantiene el fuerte aire de familia con la que emergió en el mundo industrial de fines del siglo XIX: un lugar donde poner a los niños mientras los padres trabajaban y un mecanismo de uniformización de los ciudadanos dentro de un Estado nación.
Leer, escribir, sumar, multiplicar, algo sobre como funciona lo social, lo biológico y lo físico, pero, sobre todo, qué tenemos en común arequipeños, limeños, tumbesinos, apurimeños y loretanos. Esos mitos de orígenes y propósito hacia el futuro pueden ser más o menos eficaces.
En ese marco, la educación como encuentro personalizado de un maestro y un aprendiz es muy difícil. En el marco de planes de estudio compulsivos, profesores centrados en la evaluación, alumnos 'internéticos’ y padres obsesionados con los exámenes de ingreso en la universidad, la creatividad, el placer y la innovación, son muy escasos.
¿Qué pasaría si comenzamos a pensar en escuelas boutique, en escuelas taller como las que existían en el Renacimiento, centradas en relaciones muy personalizadas, en la promoción del talento, en el aliento a la originalidad, donde discípulos crecían, consolidaban técnicas o abrían nuevas rutas al mismo tiempo que fundaban nuevos centros y todos iban compitiendo para hacer converger el desarrollo personal, el placer compartido y el avance de la civilización?
Quizá demasiado romántico. Quizá es lo que ocurre en ciertos laboratorios. Pero podríamos tratar de aplicarlo en la educación secundaria como experimento complementario.
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