jueves, 27 de agosto de 2009

ARTICULOS DE ASOCIADOS

La ruta hacia el aprendizaje ¿Caminito que el tiempo ha borrado?
Por Luis Guerrero
Publicado el 28/08/09 en CNR

Según relata Homero en la Odisea, el rey Ulises pasó veinte años fuera de su reino: la mitad de ese tiempo en la guerra de Troya y la otra mitad en el largo viaje de retorno a Ítaca. Constantino Kavafis, uno de los más destacados poetas griegos del siglo XX, escribió un hermoso poema sobre el significado de ese largo, complicado, peligroso y, a la vez, fascinante, camino de Ulises hacia el destino anhelado, metáfora obligada de toda marcha emprendida por cualquier ser humano en dirección a sus deseos. «Cuando emprendas tu viaje a Ítaca -dice Kavafis- pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino…», a menos, dice el poeta, «que los lleves dentro de tu alma».

Durante mucho tiempo pensé que la actitud opuesta a la adoptada por Ulises era la del que busca el camino corto, cómodo y fácil hacia sus metas, no importa a qué precio, para evitar lidiar con lotófagos o hechiceras de toda laya. Ahora creo más bien que lo contrario a los consejos de Kavafis no es buscarse atajos para eludir el esfuerzo del camino, sino más bien negarse a emprender camino alguno. «Ten siempre a Ítaca en tu mente –dice el poeta- llegar allí es tu destino». Pero es posible que la conciencia del destino o de la meta, pueda perderse aún antes de iniciar la marcha. Lo que implicará, en los hechos, no emprender ningún viaje.

Puede ser esto lo que ocurre en las escuelas cuando el lograr que los estudiantes aprendan de verdad, no representa una certeza y un propósito, sino sólo una posibilidad, una eventualidad que pareciera depender del azar más que del propio esfuerzo. Cuando un maestro inicia una clase sin conciencia de las metas que debiera alcanzar; o quizás sin convicción de poder lograrlas ni ilusión por intentarlo al menos, no pondrá empeño en sus actos. Es decir, se quedará parado al borde del camino. Los cíclopes y lestrigones que lleva en su alma pero que creerá ver en el alma de los niños, presumiéndolos incapacitados para aprender, lo harán renunciar a Ítaca antes de dar el primer paso hacia ella.

Augusto Monterroso contaba que en edades muy antiguas la fe movía montañas, pero sólo cuando era estrictamente necesario. Por eso los paisajes fueron los mismos por miles de años. Pero un día la fe se propagó y las multitudes se divertían moviendo montañas a cada rato. Cada día, entonces, el paisaje era distinto, lo que empezó a perturbar mucho a la gente y a inducirla a abandonar la fe. Desde entonces las montañas suelen permanecer en su lugar, dice el escritor guatemalteco, aunque el menor atisbo de fe todavía suele provocar derrumbes.

Ahora bien, la fe que empujó a Ulises hasta Ítaca ¿Era una fe ciega en su destino o en la omnipotencia de sus dioses? Creo que Ulises movió montañas gracias a la lúcida confianza en sus propias fuerzas, a las lecciones aprendidas de errores, excesos y extravíos, tanto como a la colaboración de muchos que quedaron en el camino. Pero también a su íntima certeza de que llegar a Ítaca o morir en el intento eran sus únicas alternativas válidas. Así, un maestro puede abandonar antiguos, rutinarios y estériles hábitos de enseñanza para emprender el trabajoso camino hacia aprendizajes que exijan pensar, si de verdad cree en sus estudiantes, si llega a descubrir sus propias posibilidades de lograrlo y, además, a confiar en ellas. También si puede espantar sus propios monstruos interiores, aquellos que lo invitan cada día a huir antes que a avanzar. «Mas no apresures nunca el viaje» dice Kavafis, para no perder nunca de vista la riqueza del camino.

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