ARTICULOS DE ASOCIADOS
Bagua, tan lejos y tan cerca
Por Luis Jaime Cisneros
Publicado el 23/08/2009 en La República
Los últimos acontecimientos relacionados con la selva han tenido para muchos un contexto claramente policial. A nosotros nos ha proporcionado oportunidad para reflexionar desde otros ángulos. Por lo pronto, en estas reflexiones ha sentado plaza una estrecha unidad entre contexto sociocultural y lenguaje. Si no hay vida común con el hombre, no hay posibilidad de ‘conocer’ su lenguaje ni garantía alguna de que la descripción que se haga de ella pueda considerarse como una descripción científica.
Sí, es cierto que los misioneros dedicaron antiguamente alguna atención al mundo selvático. Pero fueron favorecidas solamente las distintas variantes quechuas; más tarde, otorgaron cierta atención al aymara. La ‘curiosidad’ un poco superficial, como para explicarse momentáneamente los hechos y obtener, así, lo que podríamos considerar una ‘instantánea’. Una tarjeta postal: eso fue durante largos años la selva para muchos de nosotros. Como lo ha sido el África de la entreguerra y el Asia antes de la guerra de Vietnam. Así, la selva. Fuera de las descripciones de los misioneros católicos, que se detenían en las costumbres (ritos, comidas, viviendas), pero no penetraban en la lengua.
El siglo XIX y, con mejor razón y nuevas técnicas, el XX fueron haciendo de la lingüística una ciencia auténtica, y la selva fue creciendo al amparo de ojos inteligentes y de porfiada investigación. La descripción de las lenguas ganó mucho con el estructuralismo, y fue para muchos de nosotros un valiente ejercicio intelectual. La fonética, la fonología, la geografía lingüística constituyeron una singular contribución. Las lenguas africanas y asiáticas fueron, al mismo tiempo, campo de observación de los estudios europeos. Y al amparo de todos esos estudios que enriquecieron la ciencia, la selva fue adquiriendo el tamaño de la esperanza.
W.C. Townsend se planteó, aquí en el Perú, una inesperada pero explicable interrogante. ¿Este enriquecimiento de la ciencia comportaba también enriquecimiento del hombre? La suya era una actitud trascendental. Era una posición que estaba mirando a San Pablo. A qué conducía satisfacer la pura curiosidad científica sobre la lengua, si no se dirigía también la investigación en atender al hombre que la hablaba y lo explicábamos sino dentro del hábitat que le era natural. Se trataba de ‘hacer realidad’ la afirmación que las nuevas teorías postulaban: la lengua era un sistema que servía para que los miembros de una comunidad intercambiaran relaciones. Tales relaciones se daban entre seres humanos y respondían a sus necesidades, a sus apetencias de todo orden material y espiritual. ¿Cómo interpretar realmente (científicamente) esos vínculos humanos, sin un conocimiento cabal de sus propias raíces y de su motivación singular?
Fácil fue que la ciencia ayudara a poner al nativo en condiciones de mirarse a sí mismo ‘en’ su comunidad, frente a las otras comunidades. Era cuestión de descubrirle la posibilidad de desentrañar los secretos de su propia lengua como tarea imprescindible. Necesitaba descubrir que la lengua (esa herencia que parecía distanciarlo del resto) podía ser aprendida y divulgada y podía, así, servir para comunicarse con los otros. Los otros se mostrarían ahora accesibles. En ese intercambio le sería factible al indígena ‘darse a conocer’ por entero, descubrir que su comunidad estaba a su vez integrada en otra más vasta, en la que cabía reconocer la existencia de otros y distintos sistemas de convivencia.
Si una primera noticia sobre esta realidad nuestra la hubiera brindado la escuela, y todos tuviésemos una clara idea de cómo este concierto de lenguas ha caracterizado siempre y caracteriza a la sociedad peruana, nos habría sido más fácil y menos violento comprender y, por tanto, esclarecer todo lo que ha sucedido y permanece latente en varias zonas del país. Pero si todavía la escuela no asume esta responsabilidad, al menos debemos celebrar que en los claustros universitarios el tema constituya campo abierto para la investigación.
Por Luis Jaime Cisneros
Publicado el 23/08/2009 en La República
Los últimos acontecimientos relacionados con la selva han tenido para muchos un contexto claramente policial. A nosotros nos ha proporcionado oportunidad para reflexionar desde otros ángulos. Por lo pronto, en estas reflexiones ha sentado plaza una estrecha unidad entre contexto sociocultural y lenguaje. Si no hay vida común con el hombre, no hay posibilidad de ‘conocer’ su lenguaje ni garantía alguna de que la descripción que se haga de ella pueda considerarse como una descripción científica.
Sí, es cierto que los misioneros dedicaron antiguamente alguna atención al mundo selvático. Pero fueron favorecidas solamente las distintas variantes quechuas; más tarde, otorgaron cierta atención al aymara. La ‘curiosidad’ un poco superficial, como para explicarse momentáneamente los hechos y obtener, así, lo que podríamos considerar una ‘instantánea’. Una tarjeta postal: eso fue durante largos años la selva para muchos de nosotros. Como lo ha sido el África de la entreguerra y el Asia antes de la guerra de Vietnam. Así, la selva. Fuera de las descripciones de los misioneros católicos, que se detenían en las costumbres (ritos, comidas, viviendas), pero no penetraban en la lengua.
El siglo XIX y, con mejor razón y nuevas técnicas, el XX fueron haciendo de la lingüística una ciencia auténtica, y la selva fue creciendo al amparo de ojos inteligentes y de porfiada investigación. La descripción de las lenguas ganó mucho con el estructuralismo, y fue para muchos de nosotros un valiente ejercicio intelectual. La fonética, la fonología, la geografía lingüística constituyeron una singular contribución. Las lenguas africanas y asiáticas fueron, al mismo tiempo, campo de observación de los estudios europeos. Y al amparo de todos esos estudios que enriquecieron la ciencia, la selva fue adquiriendo el tamaño de la esperanza.
W.C. Townsend se planteó, aquí en el Perú, una inesperada pero explicable interrogante. ¿Este enriquecimiento de la ciencia comportaba también enriquecimiento del hombre? La suya era una actitud trascendental. Era una posición que estaba mirando a San Pablo. A qué conducía satisfacer la pura curiosidad científica sobre la lengua, si no se dirigía también la investigación en atender al hombre que la hablaba y lo explicábamos sino dentro del hábitat que le era natural. Se trataba de ‘hacer realidad’ la afirmación que las nuevas teorías postulaban: la lengua era un sistema que servía para que los miembros de una comunidad intercambiaran relaciones. Tales relaciones se daban entre seres humanos y respondían a sus necesidades, a sus apetencias de todo orden material y espiritual. ¿Cómo interpretar realmente (científicamente) esos vínculos humanos, sin un conocimiento cabal de sus propias raíces y de su motivación singular?
Fácil fue que la ciencia ayudara a poner al nativo en condiciones de mirarse a sí mismo ‘en’ su comunidad, frente a las otras comunidades. Era cuestión de descubrirle la posibilidad de desentrañar los secretos de su propia lengua como tarea imprescindible. Necesitaba descubrir que la lengua (esa herencia que parecía distanciarlo del resto) podía ser aprendida y divulgada y podía, así, servir para comunicarse con los otros. Los otros se mostrarían ahora accesibles. En ese intercambio le sería factible al indígena ‘darse a conocer’ por entero, descubrir que su comunidad estaba a su vez integrada en otra más vasta, en la que cabía reconocer la existencia de otros y distintos sistemas de convivencia.
Si una primera noticia sobre esta realidad nuestra la hubiera brindado la escuela, y todos tuviésemos una clara idea de cómo este concierto de lenguas ha caracterizado siempre y caracteriza a la sociedad peruana, nos habría sido más fácil y menos violento comprender y, por tanto, esclarecer todo lo que ha sucedido y permanece latente en varias zonas del país. Pero si todavía la escuela no asume esta responsabilidad, al menos debemos celebrar que en los claustros universitarios el tema constituya campo abierto para la investigación.
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