TRIBUAN ABIERTA
La singular lengua bora
Por Noé Lara
Publicación en El Peruano
De todas las lenguas que se hablan en la Amazonía existe una que por sus características semamorfosintácticas es singular y diferente a las demás. Nos referimos a la lengua bora, hablada por la etnia miamuna.
Esta etnia tuvo como asiento original los márgenes del río Caquetá en Colombia. Después del conflicto colombo-peruano (1934), un contingente de ellos fue trasladado por los patrones caucheros de la región Igaraparaná-Caquetá de Colombia al río Ampiyacu del Perú.
Entre 1885 y 1920, este grupo humano estaba conformado por 20 mil nativos que estuvieron sometidos a una atroz esclavitud de endeudamiento, abuso que se cometió porque ellos desconocían el concepto de dinero y endeudamiento.
De acuerdo con el censo realizado por el INEI en 2007, la etnia bora se localiza en la Región Loreto, provincia de Mariscal Ramón Castilla, en el distrito de Pebas. Comprende seis comunidades, con una población de 748 indígenas.
El código lingüístico de los miamuna cuenta con una amplia riqueza léxica que expresa significados muy específicos relacionados con el sonido, la forma, el movimiento y las características de los objetos.
Esta capacidad lingüística de terminologías se debe a la variada acentuación tonal graficada (más de una grafía de la palabra lleva tilde cambiando el sentido) y al manejo de más de 450 sufijos clasificadores que se dividen en afijos derivacionales y afijos flexivos.
Los primeros se suman a una raíz o lexema (núcleo básico de significación) para formar un vocablo de otra categoría (sustantivos, adjetivos, etcétera) y los segundos se añaden también a la base de sentido para completar el significado de la palabra sin cambiar su categoría.
Así tenemos que la partícula clasificadora -háámi, que señala “hoja”, agregada al sustantivo abstracto waajácu, que significa “sabiduría, saber”, genera el sustantivo concreto waajácuháámi, que significa “libro”.
El sufijo -va, que nos remite al verboide “tener”, sumado al sustantivo cáracámu, referido a “gallina”, genera la frase “cáracámuva”, que llevado al castellano nos da la frase nominal “tener gallinas”.
El sufijal -nu (hacer), anexado al sustantivo taába (esposa), genera la expresión “hacer casar”. Igual ocurre con el infinitivo dsijco (coser), que al adjuntarle el elemento -ta conforma la palabra dsíjcota, que se traduce a “costura”.
En cuanto a los segundos, vemos que al nombre walle (mujer) se le adjunta el plural
sufijal -mu para formar walléému (mujeres).
Si al adverbio ícyoóca (ahora) se junta la sílaba sufijal -re, nos da el vocablo ícyoocáre (ahorita). Nótese que en los derivacionales cambia la clase de palabra y en los últimos la categoría se conserva.
Por Noé Lara
Publicación en El Peruano
De todas las lenguas que se hablan en la Amazonía existe una que por sus características semamorfosintácticas es singular y diferente a las demás. Nos referimos a la lengua bora, hablada por la etnia miamuna.
Esta etnia tuvo como asiento original los márgenes del río Caquetá en Colombia. Después del conflicto colombo-peruano (1934), un contingente de ellos fue trasladado por los patrones caucheros de la región Igaraparaná-Caquetá de Colombia al río Ampiyacu del Perú.
Entre 1885 y 1920, este grupo humano estaba conformado por 20 mil nativos que estuvieron sometidos a una atroz esclavitud de endeudamiento, abuso que se cometió porque ellos desconocían el concepto de dinero y endeudamiento.
De acuerdo con el censo realizado por el INEI en 2007, la etnia bora se localiza en la Región Loreto, provincia de Mariscal Ramón Castilla, en el distrito de Pebas. Comprende seis comunidades, con una población de 748 indígenas.
El código lingüístico de los miamuna cuenta con una amplia riqueza léxica que expresa significados muy específicos relacionados con el sonido, la forma, el movimiento y las características de los objetos.
Esta capacidad lingüística de terminologías se debe a la variada acentuación tonal graficada (más de una grafía de la palabra lleva tilde cambiando el sentido) y al manejo de más de 450 sufijos clasificadores que se dividen en afijos derivacionales y afijos flexivos.
Los primeros se suman a una raíz o lexema (núcleo básico de significación) para formar un vocablo de otra categoría (sustantivos, adjetivos, etcétera) y los segundos se añaden también a la base de sentido para completar el significado de la palabra sin cambiar su categoría.
Así tenemos que la partícula clasificadora -háámi, que señala “hoja”, agregada al sustantivo abstracto waajácu, que significa “sabiduría, saber”, genera el sustantivo concreto waajácuháámi, que significa “libro”.
El sufijo -va, que nos remite al verboide “tener”, sumado al sustantivo cáracámu, referido a “gallina”, genera la frase “cáracámuva”, que llevado al castellano nos da la frase nominal “tener gallinas”.
El sufijal -nu (hacer), anexado al sustantivo taába (esposa), genera la expresión “hacer casar”. Igual ocurre con el infinitivo dsijco (coser), que al adjuntarle el elemento -ta conforma la palabra dsíjcota, que se traduce a “costura”.
En cuanto a los segundos, vemos que al nombre walle (mujer) se le adjunta el plural
sufijal -mu para formar walléému (mujeres).
Si al adverbio ícyoóca (ahora) se junta la sílaba sufijal -re, nos da el vocablo ícyoocáre (ahorita). Nótese que en los derivacionales cambia la clase de palabra y en los últimos la categoría se conserva.
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