ARTÍCULOS DE ASOCIADOS
La marcha por la Cantuta
Por Manuel Valdivia Rodríguez
Publicado en Blog – http://gacetadeeducacion.wordpress.com
Abril de 1960 fue un mes nefasto para la historia de la educación en el Perú. En ese mes fue demolida una de las experiencias más notables de formación de maestros en América Latina. En efecto, por obra del Art. 87 de la Ley Universitaria N° 134171, promulgada por Manuel Prado, la Escuela Normal Superior Enrique Guzmán y Valle –La Cantuta- perdió la categoría universitaria que ostentaba hasta entonces y, por consiguiente, quedó sin la autonomía a que tenía derecho.
Apenas conocida la dación de esta ley, los docentes y alumnos de la escuela iniciamos una lucha en cierto modo parecida a la de David contra Goliat. No éramos más de quinientas personas que nos poníamos al frente de un gobierno todopoderoso. La Cantuta fue cercada por la policía, que no dejaba ingresar ni siquiera los víveres que necesitábamos. Las delegaciones de profesores y alumnos que viajaban a Lima tenían que cruzar el río Rímac por las noches. Pronto, la población de Chosica, los padres de los alumnos de la escuela de aplicación, los parientes de los estudiantes de la profesional que vivían en Lima, todos ellos mostraron de modo diverso su solidaridad. Pero al cabo de diez días tuvimos que dejar el local, y emprendimos una marcha de sacrifico hasta Lima. Llegamos el 22 de abril por la mañana al gimnasio de San Marcos, en el Parque Universitario, dispuestos a continuar la lucha, como en efecto lo hicimos, esta vez con el apoyo de los estudiantes de otras universidades.
¿Qué nos empujaba a resistir la aplicación de una ley oprobiosa? ¿De dónde sacábamos fuerzas para salir a las calles y plazas, día tras día, buscando ser oídos? No tengo que hurgar nada para encontrar la razón principal de nuestro denuedo: queríamos rescatar un sueño, queríamos que La Cantuta se mantuviera en pie. Porque La Cantuta había comenzado a ser el ideal cumplido: una institución formadora de maestros en el más alto nivel académico que fuera posible. El espacio que ocupaba la escuela en un medio rural, al pie del Talcomachay, era un verdadero campus universitario donde vivían internos los estudiantes y muchos profesores con sus familias. El conjunto de nuestros maestros, en cualquiera de las especialidades, podía llenar de orgullo a cualquier institución superior del país. Solo para no extenderme en una lista que ocuparía varias líneas, me limito a mencionar a los profesores de la que sería luego mi especialidad, los profesores del área de Lengua y Literatura: Manuel Moreno Jimeno, Washington Delgado, Luis Jaime Cisneros, Javier Sologuren, Oswaldo Reinoso, Luis Alberto Ratto y Guillermo Daly. En La Cantuta estudiaban becados alumnos provenientes de todas partes del Perú, que se preparaban para ser docentes de primaria, secundaria y técnica, todos por igual, en una época en que, en otras instituciones, sólo los futuros profesores de secundaria recibían formación universitaria. Por primera vez fue establecido un sistema de coeducación en la preparación de docentes, nuevo entonces en el país, pues se mantenía separadas las normales de mujeres y las normales de varones. Todos teníamos práctica de docencia y administración desde los primeros años en el colegio de aplicación, que formaba parte de la escuela y funcionaba dentro del campus, con los tres niveles de lo que ahora es nuestra Educación Básica Regular. Los estudiantes tenían un órgano que los representaba, la FENS, cuyos dirigentes eran elegidos por elecciones entre candidatos que debían probar que estaban en el tercio superior académico. A través de esta federación, los estudiantes participaban en un cogobierno efectivo con un tercio estudiantil reconocido plenamente. Era frecuente la actividad cultural, con actividades de teatro, música, coro, cine (teníamos uno de los tres únicos cine clubes que funcionaban entonces en Lima), hacíamos labores de extensión a la comunidad, participábamos en clubes, no descuidábamos el deporte y, así vivíamos en una escuela cuyo recuerdo llevaremos siempre en lo más recóndito del corazón.
Al cabo de unas semanas después de haber dejado la escuela, y ante la posibilidad de un receso, los estudiantes tuvimos que volver a la escuela. Mucho de lo material continuaría. Pero no había más “la alegría y el afán de reír, que animaban antaño la mesa familiar”, como dice el verso de Valdelomar. Ya no regresó el creador de la idea y maestro de todos: Walter Peñaloza Ramella; ya no volvieron nuestros profesores, que pasaron a otras universidades en el país y en el extranjero. En el decurso de cincuenta años, varios han fallecido. De todos ellos podemos decir lo mismo que alguien escribió cuando murió el maestro brasileño Joao Francisco de Souza: “Siempre sentimos su ausencia, pero más a menudo sentimos su presencia”. Otros, ya retirados, permanecen con nosotros, acompañados de nuestro afecto.
Justamente por ello, al cumplirse cincuenta años de la marcha del sacrificio, los egresados de La Cantuta nos reuniremos para rendir homenaje a Walter Peñaloza y a los maestros que lo acompañaron en la forja de jóvenes maestros comprometidos con su misión. Lo haremos en la Casa Mariátegui, en la primera cuadra del Jirón Washington, el jueves 22 de abril, a las 7 de la noche. Es seguro que todos tendremos en mente una idea que aprendimos para siempre en La Cantuta: que es nuestro deber continuar obrando por la dignificación del magisterio.
Esta entrada fue publicada el a las Martes 20 de Abril de 2010 y está archivada bajo las categorías 1, Página suelta. Puedes seguir las respuestas de esta entrada a través de sindicación RSS 2.0. Puedes dejar una respuesta, o trackback desde tu propio sitio.
Por Manuel Valdivia Rodríguez
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Abril de 1960 fue un mes nefasto para la historia de la educación en el Perú. En ese mes fue demolida una de las experiencias más notables de formación de maestros en América Latina. En efecto, por obra del Art. 87 de la Ley Universitaria N° 134171, promulgada por Manuel Prado, la Escuela Normal Superior Enrique Guzmán y Valle –La Cantuta- perdió la categoría universitaria que ostentaba hasta entonces y, por consiguiente, quedó sin la autonomía a que tenía derecho.
Apenas conocida la dación de esta ley, los docentes y alumnos de la escuela iniciamos una lucha en cierto modo parecida a la de David contra Goliat. No éramos más de quinientas personas que nos poníamos al frente de un gobierno todopoderoso. La Cantuta fue cercada por la policía, que no dejaba ingresar ni siquiera los víveres que necesitábamos. Las delegaciones de profesores y alumnos que viajaban a Lima tenían que cruzar el río Rímac por las noches. Pronto, la población de Chosica, los padres de los alumnos de la escuela de aplicación, los parientes de los estudiantes de la profesional que vivían en Lima, todos ellos mostraron de modo diverso su solidaridad. Pero al cabo de diez días tuvimos que dejar el local, y emprendimos una marcha de sacrifico hasta Lima. Llegamos el 22 de abril por la mañana al gimnasio de San Marcos, en el Parque Universitario, dispuestos a continuar la lucha, como en efecto lo hicimos, esta vez con el apoyo de los estudiantes de otras universidades.
¿Qué nos empujaba a resistir la aplicación de una ley oprobiosa? ¿De dónde sacábamos fuerzas para salir a las calles y plazas, día tras día, buscando ser oídos? No tengo que hurgar nada para encontrar la razón principal de nuestro denuedo: queríamos rescatar un sueño, queríamos que La Cantuta se mantuviera en pie. Porque La Cantuta había comenzado a ser el ideal cumplido: una institución formadora de maestros en el más alto nivel académico que fuera posible. El espacio que ocupaba la escuela en un medio rural, al pie del Talcomachay, era un verdadero campus universitario donde vivían internos los estudiantes y muchos profesores con sus familias. El conjunto de nuestros maestros, en cualquiera de las especialidades, podía llenar de orgullo a cualquier institución superior del país. Solo para no extenderme en una lista que ocuparía varias líneas, me limito a mencionar a los profesores de la que sería luego mi especialidad, los profesores del área de Lengua y Literatura: Manuel Moreno Jimeno, Washington Delgado, Luis Jaime Cisneros, Javier Sologuren, Oswaldo Reinoso, Luis Alberto Ratto y Guillermo Daly. En La Cantuta estudiaban becados alumnos provenientes de todas partes del Perú, que se preparaban para ser docentes de primaria, secundaria y técnica, todos por igual, en una época en que, en otras instituciones, sólo los futuros profesores de secundaria recibían formación universitaria. Por primera vez fue establecido un sistema de coeducación en la preparación de docentes, nuevo entonces en el país, pues se mantenía separadas las normales de mujeres y las normales de varones. Todos teníamos práctica de docencia y administración desde los primeros años en el colegio de aplicación, que formaba parte de la escuela y funcionaba dentro del campus, con los tres niveles de lo que ahora es nuestra Educación Básica Regular. Los estudiantes tenían un órgano que los representaba, la FENS, cuyos dirigentes eran elegidos por elecciones entre candidatos que debían probar que estaban en el tercio superior académico. A través de esta federación, los estudiantes participaban en un cogobierno efectivo con un tercio estudiantil reconocido plenamente. Era frecuente la actividad cultural, con actividades de teatro, música, coro, cine (teníamos uno de los tres únicos cine clubes que funcionaban entonces en Lima), hacíamos labores de extensión a la comunidad, participábamos en clubes, no descuidábamos el deporte y, así vivíamos en una escuela cuyo recuerdo llevaremos siempre en lo más recóndito del corazón.
Al cabo de unas semanas después de haber dejado la escuela, y ante la posibilidad de un receso, los estudiantes tuvimos que volver a la escuela. Mucho de lo material continuaría. Pero no había más “la alegría y el afán de reír, que animaban antaño la mesa familiar”, como dice el verso de Valdelomar. Ya no regresó el creador de la idea y maestro de todos: Walter Peñaloza Ramella; ya no volvieron nuestros profesores, que pasaron a otras universidades en el país y en el extranjero. En el decurso de cincuenta años, varios han fallecido. De todos ellos podemos decir lo mismo que alguien escribió cuando murió el maestro brasileño Joao Francisco de Souza: “Siempre sentimos su ausencia, pero más a menudo sentimos su presencia”. Otros, ya retirados, permanecen con nosotros, acompañados de nuestro afecto.
Justamente por ello, al cumplirse cincuenta años de la marcha del sacrificio, los egresados de La Cantuta nos reuniremos para rendir homenaje a Walter Peñaloza y a los maestros que lo acompañaron en la forja de jóvenes maestros comprometidos con su misión. Lo haremos en la Casa Mariátegui, en la primera cuadra del Jirón Washington, el jueves 22 de abril, a las 7 de la noche. Es seguro que todos tendremos en mente una idea que aprendimos para siempre en La Cantuta: que es nuestro deber continuar obrando por la dignificación del magisterio.
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