jueves, 4 de marzo de 2010

ASOCIADOS

Calidad de la educación peruana: ¿Política de gobierno y política de Estado?.
Por Luis Miguel Saravia Canales

El lunes 1 de marzo se inicia el nuevo año escolar en el Perú a pesar de que los efectos del verano se dejan sentir aún. Uno de los diarios más representativos editorializó el domingo sobre este hecho y se pregunta ¿recibirán una educación de calidad? La respuesta es no.

El elemento al que se recurre es aquel que todos conocen y que omiten remontarse a las intromisiones que se dan cada cinco años de los gobiernos que se suceden en una débil democracia en donde importa la toma y cuidado del poder. Se llegó a escribir sobre el Ocaso del poder oligárquico a partir de un análisis político sin duda interesante, de lo que venía sucediendo sin tener en cuenta que existen formas, modos y convicciones que perduran en el tiempo y que algunos osan decir que son resabios de la época virreinal. El elemento de hogaño y que ha lapidado nuestra educación pareciera que se inicia el año 1997, cuando se aplicó la prueba PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes) a 43 países, entre ellos el Perú. El 2001 se dieron a conocer los resultados. penosos que ha dañado y marcado en adelante todas las caídas que tenemos en el aprendizaje de nuestros alumnos.

Se levantó y levantan aún los resultados de la prueba aplicada a nuestros estudiantes de primaria y secundaria, pues el 79,6% no comprendía lo que leía. Y en el colmo de la evidencia el 54% de los alumnos eran “analfabetos funcionales” leen y escriben pero se olvidan porque no tienen posibilidades de aplicar lo aprendido: El Perú ocupó el último lugar en la evaluación, e incluso se excluyó de estas pruebas, en las que recién hemos vuelto a participar en el 2009. ¿Fueron realmente los alumnos los que no rindieron? ¿Se revisó si la prueba se ajustaba a nuestra diversidad? ¿Cuál fue la salida política del gobierno de entonces? Crear un programa de emergencia donde se privilegiaba la enseñanza de lógico-matemática y comunicación integral. Y aquello sigue hasta hoy pues el énfasis en ambas disciplinas ha llevado a aumentar horas de clase. ¿Qué resultado se tiene? Muy pocos. El Ministro hoy en una radio expresó que se viene remontando el problema, pero los resultados los tiene sólo él y su entorno. ¿Por qué no los da a conocer oficialmente para que los analistas e investigadores de la educación emitan un juicio?

En el enfoque de la emergencia educativa –programa que se promovió el 2004-al 2006- hubo un gran ausente: el maestro de aula. La capacitación que se le dio y se le da para nada ha partido de una consulta sobre su parecer y dificultades que encontraban en el desarrollo de dichas materias. Todo lo contrario. Se le dieron “recetas” para aplicarlas, se le alcanzó materiales para utilizarlos, pero sin una explicación y razonamiento previo. Una forma de capacitar a los docentes como si ellos no fueran profesionales sino meros repetidores de “recetas” para obtener resultados.

Una falta de valoración de la formación docente y del desempeño docente por quienes se creen poseedores de la verdad sin una reflexión pedagógica de por medio, sin una reflexión acerca de los factores asociados que intervienen en el proceso enseñanza –aprendizaje y que los docentes ya los conocen, pero de repente sin el enfoque académico, sino por tenerlos cotidianamente en su quehacer docente. Y eso se viene dando hoy con la aplicación del DCN 2009

En este escenario comparto algunas reflexiones del recordado Pablo Latapí, escritas en septiembre del 2008 y publicadas en la web de la OEI. Sin duda nos brinda acaso su experiencia de porfiar, a pesar de la corriente adversa, en hacer algo trascendente en educación a pesar de los gobiernos y de la estructura burocrática que prohíjan. Algunas de estas las desarrollé en mi vida profesional y doy fe de que es posible realizarlas renunciando al protagonismo tan recurrente en nuestra cultura criolla. Pablo Latapí, al igual que en nuestra experiencia peruana da cuenta de la carencia de un ambiente de investigación en el estado, de la carencia de interlocución académica en el campo de la educación; la falta de investigadores formados; la falta de recursos económicos; pero eso sí un ambiente de suspicacia y hostilidad en el gobierno y numerosas dificultades para contar con la información elemental sobre el desarrollo educativo. Cualquier comparación con nuestra realidad es no mera coincidencia, sino que los digan quienes se esfuerzan por pensar la educación nacional y diseñar aportes.

¿Qué hacer para que exista coherencia entre las exigencias de la sociedad y el diseño de políticas educativas adecuadas? En la historia del país se han utilizado muchas fórmulas, pero todos los aportes alcanzados no han encontrado el eco que debían. La política educativa nacional está divorciada de lo que es el aporte de la investigación educativa y ésta no es ni promovida y menos acogida por quienes desde el gobierno de turno deberían trascender a la oportunidad política de coyuntura. Los esfuerzos de ONGs que realizan investigación educativa o realizan experiencias educativas o son ignoradas o son tenidas como competidoras. Eso indica a las claras que antes que un fin superior del estado como es la educación está la propuesta y la consigna partidaria de controlar todo, de no permitir competencia y menos involucrar a otras instituciones –a pesar que no irrogan gasto al estado- en la construcción de la política educativa que el país demanda.

La experiencia de Pablo Latapí parte del hecho de estar inmerso en una realidad en donde los actores concretos son nombrados y desde donde él establece que el “eje de … análisis de la relación con ellos es la relación del «conocimiento especializado» que yo aportaba como investigador con la toma de decisiones políticas” ¿Pueden los investigadores influir en la política educativa?Latapí, Pablo)

En esta experiencia porfiada por investigar el desarrollo educativo de México así como las políticas que normaban para mejorar la calidad educativa Pablo Latapí recomienda tomar conciencia de que existen tres “lógicas” distintas que intervienen en la relación en este proceso: la del funcionario, la del asesor y la del periodista. ¿Quién no se ha topado con ellas?

Define estas lógicas de la siguiente manera: La lógica del funcionario. “El funcionario de alto nivel, o político, tiene una mente pragmática. Tiene un ethos específico: valora prioritariamente la eficacia de sus acciones; sabe que se le va a juzgar por los resultados que obtenga y, por tanto, pondera las aportaciones de su asesor por cuanto contribuyan al logro de resultados. Por otra parte, el funcionario está sujeto a muchas restricciones que actúan como camisa de fuerza sobre sus decisiones; está habituado a distinguir lo que quisiera hacer de lo que realistamente puede hacer. Describe el ambiente cotidiano en que se desenvuelve el funcionario diciendo: se mueve en las coordenadas propias de la vida política cotidiana, en un ambiente de suspicacias, rumores no confirmados y situaciones frecuentemente delicadas, pues en ellas se juega su carrera. Esta es su “lógica”, su forma mental; la lógica del poder. Y ello lo inmoviliza o lo induce a hacerse de la “vista gorda” para no “comprarse un pleito” pues le traerá mayores complicaciones.

Con respecto a la lógica del asesor dice que: El asesor suele ser un intelectual. Me refiero a asesores en serio, personas que saben de un tema útil para el funcionario, no a personas nombradas como asesores que desempeñan funciones muy distintas: de imagen, de comunicación, de marketing electoral o simples confidentes y amigos del político. Si un académico acepta ser asesor puede perseguir los propósitos siguientes: influir en las decisiones del político (en nuestro caso, para mejorar la educación), enriquecer su visión de los problemas, tener la oportunidad de aplicar sus conocimientos y, a veces, también ampliar sus relaciones en el ámbito político y mejorar su currículo. Todo ello es legítimo. Esto nos mueve a preguntar ¿Tienen los asesores del Ministerio este perfil o están estigmatizados por la consigna partidaria y el padrinazgo de “alguien” de mucha influencia, pero que nunca se le ve. O como dicen utilizando el lenguaje del hampa: “el hombre es el que decide”, solo soy su ayudante. ¿Quién es el hombre?
Prosigue Latapí En mi opinión, la relación entre asesor y político tiene que basarse en una credibilidad recíproca, en una confianza, y en que el asesor se sienta que forma parte del proyecto del funcionario y sintoniza con sus líneas y orientaciones en lo sustantivo. Estas diferencias en las “lógicas” y en los habitus profesionales del político y del asesor pueden resultar benéficas si ambos las comprenden y aceptan, pero también pueden dar lugar a rupturas y desavenencias. Lamentablemente da lugar a servilismos y se defienden arguyendo “no es fácil encontrar trabajo en estos tiempos”. Es el terreno fértil para las “componendas” para quebrar voluntades no por un ideal, menos por valores, sino por conveniencias personales.

En la tercera lógica la lógica del periodista como “crítico externo”, recurre a su tarea de escritor de diarios y revistas. Es curioso cómo también en este ámbito calcen pareceres con lo que expresa: También quien escribe en la prensa como periodista editorial o como reportero tiene su propia lógica. Está excluido del poder formal, pero aspira a tener impacto sobre éste y a ser tomado en cuenta. Esto lo lleva a seleccionar sus temas y enfocar sus textos buscando el mayor impacto en los lectores. En el caso del reportero, su ambición es “llegar a la primera plana”, para lo cual selecciona las aristas más espectaculares de la noticia. No le interesa “formar opinión pública” exponiendo los pros y contras de una posición y mostrando la complejidad del asunto, sino llamar la atención, revelar lo oculto, descubrir alguna complicidad escandalosa. Su agenda personal es hacer carrera dentro del diario y lograr que se le reconozcan sus triunfos.

Las enseñanzas de esta experiencia podrían ser dignas de tomar en cuenta al acercarnos como profesionales de diversas disciplinas preocupados por la política educativa maquillada con mil adjetivos, pero que hasta ahora no muestra resultados, sino tímidas iniciativas que por estar uncidas al poder político no lo trascienden. Todo lo contrario lo someten.

Latapí recomienda tomar en cuenta estas tres “lógicas” para comprender cómo actúan los actores en la relación que nos ocupa. Una cosa es que la relación con el funcionario sea de amistad y otra conocer cómo se comporta el funcionario sujeto a formalismos y a advertencias de las autoridades del gobierno.

Las enseñanzas que nombra como algunas conclusiones las resumiremos por que nos parecen importantes para quienes desde la investigación tratan de aportar y se encuentran con los apetitos del poder que los rechaza, que los tiene como adversarios antes que comprometidos en una misma causa: la buena educación para el pueblo.

Advierte que existe una lógica académica y una lógica política, que provienen del pensamiento académico y del pensamiento político. Esto demanda aprender a exponer usando un lenguaje inteligible para los funcionarios que respete lo sustantivo de los hallazgos y aportes de la investigación, que pueda ser comprendido y valorado desde la óptica de la práctica. En lo político expresa haber aprendido mucho del pensamiento de los políticos a revisar aquellos de sus conocimientos teóricos que son relevantes para la práctica, desde su aplicabilidad, es decir con un enfoque realista que no tienen por lo general los investigadores.

Comprensión de la complejidad de los problemas de la manera cómo se dan en la práctica es otra de las conclusiones que comparte Latapí. En ese sentido reflexiona que se debe “aceptar que los agentes de decisión tienen límites bastantes más estrechos que los que solemos tener los investigadores.”.Los investigadores muchas veces proponen soluciones desde un campo abstracto y obvian las dificultades que tiene su aplicación. El político, de otro lado, no puede hacer lo que desea, pues tiene restricciones de diversa índole: políticas; de los poderes fácticos; de carácter financiero; el tiempo; y las limitaciones humanas. ¿Hemos pensado cómo un funcionario puede manejar todas estas variables y cómo puede priorizar en medio de tensiones? ¿Nos hemos puesto en su “pellejo”?

Por ello a inicios de un nuevo año escolar en el país llama la atención que aún creamos que lo que se nos oferta en la educación nacional es de calidad. La historia que es la maestra de la vida nos deja muchas enseñanzas que la soberbia de los tiempos no permite valorar. Creer que lo poco que se da, dejando de lado lo mucho que construimos los maestros en décadas, es suficiente para ser ciudadanos democráticos, competitivos, es por decir lo menos una farsa.
Los pasos avanzados, pequeños si comparamos la envergadura de lo que significa la educación, no se agotan en medidas plásticas, coyunturales como la evaluación de los docentes, el nuevo currículo ofertado sin haber evaluado profesionalmente el anterior, la dotación de textos sin la debida evaluación (pues no se trata sólo de faltas de ortografía, sino apreciar los contenidos y cómo trabajar con ellos). Existen tareas de mayor dimensión y envergadura que tienen que ver con la política educativa y que teniendo a la mano un Plan Educativo Nacional (PEN) ha sido reducido a un mero remedo y cita para justificar que se le tiene en cuenta cuando en el espíritu y en la política aplicada se hace todo lo contrario.

Los servicios educativos que se ofertan desde el estado no responden a las demandas de una población en ritmo creciente y menos se dirigen a alcanzar la equidad tan pregonada. Una política educativa no es responder a la coyuntura sino tener líneas maestras en educación que generen decisiones concretas. 8 millones de niños y adolescentes llegarán a las instituciones educativas este 1 de marzo. Como siempre a la hora undécima quienes deben haber diseñado una política para la infraestructura educativa (y no sólo Códigos para el mantenimiento de los colegios emblemáticos, Ministerio de Educación OFICINA DE PRENSA Y COMUNICACIONES 24 Feb. 10) nacional diferenciando las regiones naturales y siguiendo las pautas sugeridas por la UNESCO, caen en diseños poco modernos como si los adelantos de la tecnología no importasen. (¿Conocen, por casualidad el trabajo publicado por David J. Vichary: LA CONSTRUCCION DE ESCUELAS PRIMARIAS. PAUTAS PAARA LA FORMULACIÓN E IMPLEMENTACIÓN DEL PROGRAMA?) ¿Acaso no existen propuestas pedagógicas para el diseño y desarrollo de la infraestructura educativa? ¿Cuál es el diseño moderno de los colegios emblemáticos? ¿Sólo recuperación de espacios? ¿Sólo conexiones para Internet? ¿Y los gabinetes y laboratorios estarán equipados? ¿Se concursó el diseño? ¿Con qué criterios se inició la readecuación? Sin duda una buena obra, pero que demanda pensarla pedagógicamente y no sólo alardear de bondades que demandan recursos que el estado no podrá proveer.

Se inicia un año escolar más y lo realizado hasta el momento no es una contribución a la calidad de la educación que el país demanda. El pronunciamiento del Consejo Nacional de Educación titulado Impulsar las mejoras de la Educación Peruana al pedir que se cumpla con las tareas pendientes señaladas en el PEN, es indicador de cómo no es el momento de algarabía. Sólo recogemos los puntos que trata el pronunciamiento: el crecimiento no llega aún al 0.25% anual del PBI para educación, por ello no puede cubrirse el déficit en infraestructura y equipamiento de todas las escuelas; no se ha diseñado la nueva Ley orgánica del Ministerio de Educación, ni definido las competencias para cada una de las instancias de gestión; que el año escolar no se inicie con todas las plazas docentes cubiertas y que la CPM esté obstaculizada por el apresuramiento de su implementación; que educación sea el sector con más denuncias sobre corrupción; que los institutos superiores pedagógicos están condenados a cerrar por aplicación de la nota mínima 14 como criterio para el ingreso y no por la evaluación en base a altos estándares de su funcionamiento.

Termino retornando unas palabras de Pablo Latapí que vienen bien para estos días en donde se privilegia el valor de las horas que se cumplan en cada nivel educativo (¿cuál es el sustento académico-científico de esta galimatías del viceministro de gestión pedagógica?) de la educación pública toda. Las nuevas construcciones poco contribuirán al mejoramiento de la educación, las innovaciones en los planes y programas curriculares pasarán, las instituciones que cree envejecerán y probablemente se desvirtuarán. Lo que cuenta para la calidad de la educación es el sentido de vocación de cada maestro, su entusiasmo por educar, su fe en que lo que hace tiene sentido, su amor a sus alumnos. Es el efecto acumulado de estas cosas intangibles lo que va formando una “tradición pedagógica”, indispensable para que en un país haya una “buena educación”. Esa tradición será lo que quede. Los países que cuentan con ella la dan por supuesta; los que aún carecemos de ella, no la valoramos. No olvidemos lo que los verdaderos educadores compartieron y no se pierda tiempo apareciendo en los medios para decir más de lo mismo en educación, es decir: nada. Salvo mejor parecer.(27.02.10)

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