jueves, 14 de enero de 2010

TRIBUNA ABIERTA

La barbarie de Chan Chan
Por Carolina Benavides - El Comercio

Días atrás una noticia provocó de manera singular nuestra indignación y alarma. Unos jóvenes limeños dañaron salvajemente en el complejo arqueológico de Chan Chan un friso de la antiquísima cultura Chimú. Además de la rabia que suscita ese hecho, es fundamental centrar la atención en lo que pone al descubierto. Al descorrer una esquina del velo aflora un panorama descorazonador.
Lastimosamente, no es precisamente a esta tarea a la que se abocan los representantes de las instituciones concernidas. Se limitan —al menos hasta el día de hoy— a exigir severos castigos para los autores de la vileza. Sin embargo, es una reacción demasiado simple, que no permite acercarse a las múltiples variables que subyacen a una fechoría tan cargada de simbolismos.
Jóvenes que culminan su “formación” escolar, arremeten cual fieros atilas, contra testimonios de la sofisticación alcanzada por nuestros ancestros, que está en las antípodas de la ordinariez de los agresores. Pareciera ser que, en algunos aspectos fundamentales, hemos retrocedido a la era de la barbarie, anterior al florecimiento de las espléndidas civilizaciones. Es como si estos adolescentes hubieran dado rienda suelta a impulsos ciegos, provenientes de su vaciedad histórica, de la ausencia de convicciones morales medianamente sólidas, actuando contra lo mejor de su sí mismo colectivo. En suma, estamos ante un tipo de actos destructivos, que simultáneamente son autodestructivos ¡Qué tal pobreza de autoestima! ¡Qué tal desprecio de la propia persona!
Lo sucedido nos sorprende menos si nos detenemos a constatar que en nuestro país, como en muchos otros, se ha abierto campo triunfante una ideología que sugiere que lo único relevante es el beneficio económico. La preocupación por el otro se reduce, en el mejor de los casos, a los que son reflejo de nosotros mismos. Lo mismo vale para la casi inexistente conciencia histórica, la común y la individual.
En este marco, lo gratuito, lo que Unamuno consideraba valioso, precisamente por no ser útil, encuentra escaso lugar en la mente de las nuevas generaciones. Parte de este ominoso paquete es el desprecio del libro, que estimula la creatividad, en el sentido más amplio. Recordemos que nuestros escolares resultaron muy mal parados en las pruebas de comprensión de lectura.
Otra forma de manifestación de lo descrito, es el caos del día a día. En este sentido, suena surrealista lo que rememoró una investigadora del transporte público: al inicio del fujimorato, se publicó un decreto que preveía que “cualquier persona, natural o jurídica, podía ofrecer servicio con cualquier tipo de vehículo, y se eliminó el permiso para las rutas, cualquiera podía crear una”. Sabemos de sobra que van de la mano el desorden y la corrupción, y que luego truenan frases huecas tales como: “Se investigará hasta las últimas consecuencias”. Mientras tanto, nos asfixiamos en el descontrol de las calles y nuestros jóvenes no encuentran otra salida que lesionar lo suyo, como lo hacen personas desesperadas que se cortan las venas.

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