viernes, 29 de enero de 2010

ASOCIADOS

Garabombo va a la escuela y visita Chan Chan
Por Luis Guerrero - CNR

«¿Me oyen? Quiero hablar con los que tengan mandato. ¿Quién manda? —gritó el subprefecto. ¡No reparaba en el bulto parado a tres metros de su bayo! ¿Quiénes son los responsables? —insistió la autoridad. ¡No lo veían! El terror embalsamó a la multitud. ¡No lo veían! Sudando, Cayetano intentó avanzar. Garabombo lo detuvo con un gesto. Avanzó un paso. ¡No lo ven! ¡Es imposible que no lo vean! ¡No estás viendo que no lo ven! El escalofrío siguió su viaje por la muchedumbre. Yo represento, señor —murmuró, tranquilo, Garabombo. El Subprefecto Valerio parpadeó y sólo después de un instante que duró meses, lo reconoció».

Mi hija Ana me recuerda esta historia, la de «Garabombo el invisible», el personaje de la novela de Manuel Scorza publicada en 1972, a propósito de la invisibilidad de los muchachos que apedrearon la Huaca El Dragón hace algunas semanas. Ella dice que Garabombo sufría la enfermedad de la invisibilidad sencillamente porque era un excluido. En realidad nadie lo miraba, excepto otros campesinos como él. Puede ser el caso de estos cuatro jóvenes, cuya débil identificación con el país y sus más conspicuas expresiones históricas nadie habría notado, si no filman y difunden ellos mismos el video de su irreverencia, provocando un escándalo público.

Me pregunto ¿Cómo podría ocurrir esto en un país como el Perú, cuya Ley General de Educación señala con absoluta claridad que la primera finalidad de las instituciones escolares es «formar personas capaces de lograr su realización» (Art. 9); y donde el propio currículo plantea como primer propósito de la educación básica el «desarrollo de la identidad personal, social y cultural» de los alumnos? Y no es que la ley o el currículo desconozcan cómo lograr este objetivo. Para la ley, hay que promover «la formación y consolidación de su identidad y autoestima y su integración adecuada y crítica a la sociedad para el ejercicio de su ciudadanía en armonía con su entorno» (Art.9). Para el currículo, hay que propiciar «el desarrollo y fortalecimiento de la autoestima y la estima por el otro» y preparar a los estudiantes «para vivir en una sociedad multicultural… que acoja a todos con iguales derechos y oportunidades, respetando las diferencias individuales y colectivas» (p.21). Ahora bien ¿Dónde se forma a los docentes para ayudar a sus alumnos a conocerse y respetarse, a ser ellos mismos, como lo exigen las normas?

Néstor López recordaba que en toda Latinoamérica, con el fin de educarlos, niños y jóvenes son introducidos en instituciones no diseñadas en función a sus características y necesidades generacionales, con las que no se identifican y que pueden llegar a repudiar. Peor aún, en una etapa de búsquedas de su propia identidad, son objeto de subestimación y discriminación continuas a causa de su edad, su lengua y su cultura, debiendo vivir cada día la tensión de rebelarse o someterse, sabiendo que en ambos casos perderán. Sobrevivirán los que aprendan a decidir en la incertidumbre, modificar sus preferencias cuando haga falta, actuar con seguridad aún si cambian las circunstancias, ser ellos mismos a pesar de las presiones. Si no, crecerán como sujetos divididos, contradictorios e… ¿invisibles?

Dice Pablo Sandoval que influyó mucho en la experiencia social de niños y jóve¬nes en los años de violencia armada en el Perú, el autoritarismo de la cultura política y el fracaso del proyecto modernizador del Estado, del que la educación debía ser un pilar. La escolarización representó más bien una experiencia de violencia para los jóvenes, por su carácter excluyente y discriminador, y por su empeño en atribuirles siempre la responsabilidad de sus fracasos. Seguimos en las mismas. Hasta pronto.

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