jueves, 14 de enero de 2010

ASOCIADOS

¿Echemos abajo la estación del tren?
Por Luis Guerrero – CNR

Cuatro adolescentes aparecen en un video difundido por Youtube pateando y apedreando un muro de la huaca El Dragón, un antiguo templo de la cultura Chimú. Estamos hablando de una sociedad que representó entre el año 900 y 1,400 de nuestra era, la más alta expresión del desarrollo cultural en la costa norte del Perú antes de la llegada de los conquistadores españoles; y de un templo que es parte del complejo arqueológico de Chan Chan, una de las ciudades más importantes de la antigüedad. Más allá de la justificada indignación con que ha reaccionado la opinión pública ¿Qué hay de curioso en esta historia?

A Mirko Lauer, en su reciente artículo ¿Por qué las ruinas atraen la pedrada?, le llama la atención no sólo el hecho vandálico, sino el exhibicionismo de sus protagonistas, tan orgullosos de su proeza que terminaron delatándose a sí mismos. Pero la discusión suscitada después, incluyendo las excusas públicas de uno de los implicados, ha puesto sobre la mesa otras curiosidades: desde los severos pedidos de cárcel, que centran toda la responsabilidad en los muchachos; hasta los pedidos de mayor inversión presupuestal en la educación pública, que la derivan por completo al Estado. En el medio, reacciones de otros adolescentes que reprueban el hecho pero que consideran, a la vez, que no hay razón para tanto escándalo.

En 1992 vimos una admirable película de Clint Eastwood, «Los imperdonables», donde interpretó a William Munny, un viejo pistolero, retirado de su vida bandida, que decide hacer su último trabajo junto a un antiguo socio, interpretado por Morgan Freeman: liquidar a dos canallas que desfiguraron a una prostituta. Pero, mala suerte, el comisario del pueblo captura y masacra a su socio, lo cuelga y exhibe su cadáver en las afueras del pueblo. Esto desatará en Munny una furia homicida, que el creía enterrada. De este breve relato quiero destacar un hecho: si el comisario exhibe públicamente el cuerpo de su ajusticiado es por dos razones muy claras. En primer lugar, él cree que fue justo haberlo matado y, además, quiere enviar un mensaje a todos: ese pueblo aborrece a los forajidos.


El video de marras colgado en Youtube es algo como esto. Es evidente que los derribadores de muros se enorgullecen de lo que hicieron y lo creen válido, aunque ahora simulen arrepentimiento para evitar sanciones. Pero además, hay mensaje: esos jóvenes corazones aborrecen la historia nacional y todo lo que les dicen que representa, incluyendo probablemente a sus portavoces oficiales. Y quieren que todos lo sepan. Tratándose de muchachos ad portas de la ciudadanía, ¿Sabemos qué representa realmente para ellos nuestra historia? ¿Por qué tras diez años de educación, monumentos como este no les suscita identidad sino rechazo? ¿Por qué incluso otros jóvenes que no aplauden sus actos, no justifican la indignación pública? ¿Interesa saberlo? ¿O basta con amenazar y enseñar más historia?

Soy educador, por lo que creo más en el valor formativo de la reparación de las faltas que en el del miedo y el castigo; y pienso que estos cuatro jóvenes debieran participar de alguna manera del proceso de restauración, además de las multas que demande la ley. Pero este hecho, como recuerda Lauer, no es el único que revela la frágil identidad de varios sectores ciudadanos, desde comunidades enteras o empresas cuya única bandera son sus ganancias, con determinadas expresiones de esta realidad compleja llamada país, se trate de ruinas, ríos o bosques. Y nada podrá disimular el hecho que la historia que se cuenta –o no se cuenta- en las escuelas, decepciona y hasta irrita a un sector de nuestra juventud. Hasta pronto.

0 comentarios:

  © Blogger templates The Professional Template by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP