miércoles, 22 de julio de 2009

ARTÍCULOS DE ASOCIADOS

Vamos a hablar de la esperanza
Por: Luís Guerrero

Publicado el 24.07.2009 en el Portal Web de CNR

«Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no dejaría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente». Esto escribió César Vallejo, sin que sea hoy más claro que antes ante los ojos del lector promedio por qué nuestro poeta universal tituló a este sufriente poema «Voy a hablar de la esperanza». ¿Sería acaso por sarcasmo? ¿O querría Vallejo recordarnos que quien no parte de admitir de manera cruda y sincera desde dónde mira el futuro, no le cabe esperar nada de él?

Se ha puesto muy de moda en el Perú, desde diversas esferas oficiales, contraponer a cualquier crítica a decisiones gubernamentales, el imperativo de la fe, la esperanza y el optimismo. La educación no es una excepción y a tal extremo, que todo aquel que se atreva a hablar de los problemas alrededor de una determinada medida, por ejemplo, la enésima y reciente reforma curricular o la evaluación docente, es inmediatamente descalificado como negativo, pesimista y saboteador. En este contexto, Vallejo la habría pasado mal con su poema. Lo habrían acusado de destruir la fe de los peruanos con sus corrosivas ironías literarias.

Creo que es bastante claro para todos que sentir esperanza es sentirse optimista sobre el futuro, creer que aquello que es objeto de nuestro deseo puede, a la vez, ser objeto de nuestra espera. No obstante, para la psicología, el optimismo sobre el futuro necesita estar basado en un plan realista, que permita enfrentar y no evadir las situaciones que interfieren nuestros deseos. Charles Carver, destacado investigador de la personalidad, de la universidad de Miami, dice que una persona que se muestra más optimista suele reaccionar con menor negación y mayor compromiso frente a situaciones adversas. Diversos estudios confirman que en una situación estresante, las personas optimistas tienden a adoptar estrategias más efectivas frente a los problemas. Aristóteles al parecer pensaba lo mismo, cuando afirmaba que la esperanza es el sueño del hombre despierto.

La psicología nos enseña también que existe un optimismo irrealista, que puede entorpecer la percepción objetiva de los problemas y riesgos de la situación presente, evitando que adoptemos las medidas necesarias para enfrentarlos y resolverlos. Este optimismo fantasioso o encubridor, protege a la gente de situaciones que siente demasiado amenazantes para su personalidad y de la angustia o mortificación que les provoca. ¿Será por eso que Moliere, dramaturgo francés del siglo XVII, decía que nuestros cálculos nos salen errados cuando dejamos entrar en ellos el temor o la esperanza? Aludiendo a este tipo de optimismo falaz, José Saramago ha dicho que «los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay».

Pues bien, la autoridad educativa en nuestro país está mal acostumbrada a tomar decisiones y sentarse a esperar que los demás las cumplan, así no las entiendan ni aprueben o no tengan condiciones para realizarla. Claro que si usted advierte eso, será tachado de pesimista. Pareciera que lo correcto es cerrar los ojos y confiar. Suele decirse que los pesimistas son optimistas bien informados, pero no estoy seguro que el «optimismo» encubridor esté desinformado. Creo más bien que prefiere no usar la información para no complicarse la vida. Hasta pronto.

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